TRAZAS. Primera parte
Cierta música solo debería ser
escuchada con oído de disco de pasta,
listo a lo muy medioso,
rascado, oscilante.
PRIMERA
PARTE
AHORA
El
mundo no tarda demasiado en derrumbarse, ¿eh?
George A. Romero, Night of the Living Dead.
Estoy parado frente al mirador de mi
piso 32, ubicado en una de las zonas más caras de esta ciudad. Observo con mi
catalejo de colección las fogatas, disturbios y reyertas en la calle. Tomo agua
del último bidón de mi depósito y escucho música a todo volumen para no prestar
atención al ascensor de entrada de mi piso, que martilla con ese gruñido que
expande y contrae al metal. Es la cadencia final, beethoveniana, del que tal
vez haya sido mi tema preferido de todos los tiempos. Ya hizo la llamada con esa
tercera descendente, que reposa de inmediato un semitono más abajo; luego la
pregunta que tendrá una respuesta desgarradora en un sostenido Mi bemol menor,
para que, finalmente, dos bloques similares desciendan por semitonos hacia un
silencio latente; ese necesario que admita la respiración para un último
estallido en Fa.
En ese momento la puerta del ascensor
cede y yo despierto.
**
La
calle fluye al sur. Pero es solo por la tozudez de alguna deidad menor y
terrenal, que le ha cambiado el sentido a su marcha. Ya Kurosawa, por razones
muy y solo de él, alguna vez hizo invertir el cauce de un río, para luego
encapricharse con su equipo y no rodar jamás la escena. Esclarecedor. Acá,
nosotros.
Los
autos, que reflejan tonos mates, siguen la nueva dirección, anónimos,
truculentos, y el aire miente ante la escasa polución. Palomas desafiantes a
toda ley aerodinámica dan vueltas por el aire y se aprovechan de la sabiduría
de los árboles que callan (y de la pasividad de las cornisas). Un perro
aburrido mea otra persiana baja y marca un territorio que bien sabe que no es
suyo. Una bicicleta andrógina, de
competición, exhala silencio al aire mientras acaricia el asfalto de ceniza. Su
jinete, ataviado al mejor estilo beduino (aún así me parece una chica), mira al
cielo, tal vez con la esperanza de ver la huella de algún avión; seguro que hoy
no, mañana ¿quién lo sabe? Mientras avanza pasa frente a uno, dos bares
cerrados. Desde mi sitio de observador descubro que el tercero está abierto y a
oscuras, aun así el día ilumina a dos viejitos con sus vasos de vino, soda y
ausencias. Otra vez es invierno, aunque las hormigas digan lo contrario.
Supongo que esa chica en bicicleta que va camino del mercado trata de imaginar
qué ocurre en realidad con eso que la rodea, mientras ve sueño en las ventanas
entornadas, que buscan aprovechar la luz del día pero sin excesiva moral. Tal
vez (y como yo) piense en que debe comprar un bono de watts extra para esta
noche, quizás para ver algo enlatado en la tv o para enfrascarse en algún libro
sin arriesgar su cuota eléctrica. En la esquina hay una mujer con los brazos a
los lados y sus facciones vacías. La bici rallenta
la marcha, y al paso ve un charco a sus pies y ––seguro–– se da cuenta de que
es orina. Yo pienso: otra más. Suspendida.
Pronto la Patrulla Urbana pasará por ella y será confinada a uno de esos sitios
de los que tan poco sabemos, de los que nadie vuelve. Yo sigo a esa bici con mi
vista hasta que creo que ella lo nota e instintivamente aparto la mirada,
aunque intuyo que comparte mi pena, mi impotencia frente esta realidad. O es
solo mi imaginación. Su perfil me resulta indescifrable.
Voy en
su dirección, también hacia el mercado: todos vamos ahí. Todos por nuestros
medios.Casi no hay transporte público, y el que subsiste es muy costoso (y no
deja de ser un riesgo). Algunos van como beduinos y apenas alzan la cabeza,
pujando contra el viento. Otros visten casual, otros desafiantes. Yo con mis
botas, jeans, campera de cuero y el cabello al sol reafirmo que soy el de mis
20s, pero ya a los 30 largos. Hoy nadie silba o canturrea. Más bien pareciera
que gruñen para adentro. Y, aunque sigue siendo ilegal, a más de alguno lo
imagino armado. Igual ya nadie controla. La última gran debacle, la peor desde
aquella de 1873, nos golpeó a todos, y aquellos que creímos como beneficiarios
del cisma también fueron cayendo poco después. Bien decían que una nueva crisis
sería la vencida, más aún tan inmediata, pero hasta a los grandes conductores
del destino algo se les había escapado, burlándose de sus intenciones en la
conciencia de una catástrofe. Y es que el monstruo que crearon y alimentaron
finalmente había logrado volverse autónomo, y ya no hicieron más falta grandes
jefes ni regidores. Tampoco habían hecho falta armas ni bombas. Solo un principio
detonante. Los rápidos del milenio, el hastío (mayúsculas) y todos los
fanatismos (sí: incluso aquellos no religiosos) habían preparado el terreno
para luego hacer lo obvio real y, vaya a saberse producto de qué o cuál
combinación química espontánea, ahora la gente enfermaba sin causa conocida. Ya
había sido descartado por desaliento un virus o bacteria como el causante, y
esa patología, manifiesta como alguna clase de demencia abúlica, afectaba a
cualquiera sin tomar en cuenta raza, credo, enfoque político o situación
económica y geográfica. La vida había continuado por inercia, y así todo fuera
muy diferente, seguíamos adelante, tozudos, soberbios, más sabios cuánto más
necios: perfectos solipsistas post diluvianos, pre apocalípticos.
Y
bautizamos a los enfermos como Suspendidos.
Porque
todo debe ser rotulado.
Llegué.
La cola para almacén es lo bastante larga como para que me permita transitar un
repaso sobre la última semana completa y el porvenir cercano. Pero no lo hago.
En su lugar prendo un armado y me concentro en aquello que quiero comprar, o en
sus posibles alternativas. También en cómo administrar mi dinero sabiamente.
La
gente, al igual que siempre, esconde detrás de una máscara digna del drama
griego y en caracteres del primer cine ruso su condición de ansiedad
irascible, los colmillos afilados, las garras prontas a soltarse. No cuenten
conmigo. Yo sigo fiel a mi esencia eremita, y al igual que todos sé que no hay
faltantes básicos, y mucho menos de aquellos productos hoy casi exclusivos de
unos pocos. No pertenezco a ninguna elite pero trato de no privarme, ahorrando
en esenciales no imperativos.
Entonces
¿por qué hacemos cola? Porque somos humanos y, por cierto, porque tampoco han
quedado muchos centros de abastecimiento como antes, cuando teníamos un
supermercado asiático a cuadra de por medio. Pero eso es un mal menor. Y sobre
la nueva plaga, divina, humana, vegetal o animal: ¿Por qué preocuparse de algo
que, al igual que el cáncer, es azaroso e inevitable y no se contagia?
Tácito,
también respondo a eso.
Un
escándalo y veo a la misma chica de hace poco que sale como alma que se lleva
el diablo, trepa a su bicicleta y escapa a contramano. El chal que le cubría la
cabeza ha caído y la turba se abalanza y lo deshace, como gallinas sobre una
hoja de lechuga. Pregunto a mi entorno qué hizo pero nadie lo sabe, ¿importa?
Allá lejos veo brillar su corto pelo rubio. Y ya no está. Una liebre volando sobre
la hoja de un diario.
A mi
turno compro pastas secas, tomates en conserva y vino. Ya es casi mediodía.
Cuando entro a mi departamento
Gosha me saluda con su habitual miau.
Está sentada en lo más alto de la biblioteca, ahí donde se atreven los libros
más osados, y mira hacia abajo como solo un gato puede hacerlo. Me estiro y la
acaricio y cierra los ojos. Luego se da lengüetazos por donde la toqué, después
por todas partes. Dejo mi bolsa en la cocina.
Fue en
un 25 de diciembre no muy lejano en que me había despertado con la boca muy
seca y la heladera yerma. Había cargado mi bolso al hombro en la esperanza de
encontrar algún lugar abierto y hacerme con un pack de cervezas. Ya eran las
tres de la tarde pasadas y eso planteaba un problema casi insoluble. Pero la
resaca es más fuerte que cualquier razón. No podía sentarme a esperar, así que
salí para corroborar con bronca que aquellos lugares habituales hasta para un
domingo por la siesta estaban cerrados. Y ya barrio adentro, con la esperanza
de que alguna rata sin escrúpulos tuviera su localucho abierto, más lo fuera
solo para estafar a tipos como yo, de la nada, un pequeño gatito negro me había
salido al cruce para jugar con los cordones de mis zapatillas. Y yo no estaba
con todas mis luces. Así había apoyado mi mochila contra la pared sin
percatarme de su cierre abierto, y el microbio se había colado por la abertura,
aparentemente encantado por el colgante de la cremallera principal. Luego, de
puro inconsciente, cargué con el polizonte hasta mi casa, donde descubriría que
él era una ella.
La
miro mientras se acicala en las alturas y sé que no hay escena alguna del mejor
director de cine que se acerque a tal belleza. Y, en el más puro silencio, no
hay mejor música en el planeta que su lenguaje gutural.
Me
pregunto cómo trepa hasta ahí. Aunque su lugar común es mi mochila, la que ha
adoptado como canasto desde un principio. (Ya
te la devuelvo. Ea.)
Bien.
La
escena la completo yo.
Primero
debo confesar que estoy maldito.
Pero
eso es algo en lo que voy a ahondar a su debido momento.
O tal
vez no.
Hasta
mis treinta años fui un codiciado músico de sesión, también para presentaciones
en vivo. Si debía salir de gira, fuera con quién fuera, lo hacía. Y cuanto más
lejos mejor. No me importaba el tipo de música ni el desafío. Por otro lado,
jamás había sido capaz de escribir una nota detrás de otra de manera decente,
así que la interpretación era lo mío. Todo había ido bien hasta mi accidente.
Algo que también contaré a su tiempo. O no. Solo lo estrictamente necesario.
Luego
y por entonces, ante mi necesidad imperiosa de ingresos, un amigo me propuso
que presentara a Jorge ––por entonces su fuente de trabajo–– alguno de mis
experimentos de imagen en Premiere. Siempre son necesarios los editores,
especialmente para las urgencias, que son aquellos trabajos que los más jóvenes
evitan a toda costa, y esto por el hecho de que solo trabajan para pagar sus
estudios y hacer experiencia. Incluso algunos ni siquiera por eso, sino solo
por un poco de dinero extra. Yo, lógicamente, necesitaba el sonante para
sobrevivir y pagar mis cuentas.
Ese
trabajo fue mi sustento hasta esta última depresión.
Hoy,
una vez más me encuentro a la caza de un bastón económico, solo que ahora todo
ha girado al opuesto del diámetro: ya no hay fiestas que filmar, los
casamientos son ceremonias íntimas y privadas, los chicos jugando o saliendo
del colegio están celosamente vigilados y desde la más peligrosa de las
paranoias… Finalmente, en una época de ratas
flacas ¿quién va a malgastar su dinero en un profesional cuando algo
grabado desde su teléfono ya suple sus necesidades? Y así con todo: los
contenidos de tv resumidos a latas recicladas y la misma publicidad de antes
del cisma. Tampoco es rentable generar programas para medios de transporte o
para locales de venta al público. Solo una décima parte de los comercios ha
subsistido y el transporte público es una mala imitación del tren fantasma.
Todo sin vistas a una recuperación cercana. ¿Acaso yo podría sacrificar algunas
de esas cosas a las que estaba habituado en orden de mantener mi zona de
confort? Hace mucho que no debo rendir cuentas a nadie, pero esa entrada fija
con la que contaba desde siempre se vuelve cada vez menos solvente, al tiempo
que la inflación se dispara día a día a las estrellas y más allá. Así, con el
horizonte en la punta de la nariz, me vi obligado a tomar decisiones con
urgencia.
Me
deshice primero de la televisión por cable, luego del wifi. La señal de tv era
verdaderamente un sinsentido; ni siquiera cumplía una función testimonial. El
wifi, si bien era una comodidad, bien podía ser suplantado con los datos
móviles de mi celular (el mundo podrá perecer y las telefónicas seguirán
cotizando en bolsa).
En fin…
Para
mantenerme equilibrado decidí comenzar a apuntar un diario, pero llevado al
terreno de historia o relato, tal vez buscando evitar con un poco disimulado
interés novelesco el camino de los poetas juveniles y las colegialas del siglo
XIX. La práctica se originó en eso que Mariana, junga entre lacanes, me había
propuesto mientras compartíamos un cigarrillo post coital: escribir todos los
sueños que pudiera recordar en su marco temporal, dejando que las imágenes
involucradas hablen por sí mismas. Recuerdo haberle pedido que me analizara,
pero se había negado, aduciendo como poco ético el revolcarse con un paciente.
Sí, a modo de consejo, me dijo que caminar, en mi caso, podría funcionar como
una terapia reveladora.
Y eso
hago.
Hoy,
con esas dos asignaciones, me arreglo para mantener la cordura y dentro de un
marco de interés. Por las mañanas con mi onírica y, a la vuelta de mis
caminatas, documentando. A veces ambas cosas se solapan e imbrican, pero no a
riesgo de sabotear mi razón. De contar con el espíritu necesario y, no
excluyente, algunos rudimentos básicos, bien podría embarcarme en escribir un
libro. Pero, pensándolo bien, que los gerundios y ese prejuicio que juro que no
comprendo, que los adverbios... dejémoslo para otro momento.
Tal
vez, y por este hurgar en mi consciencia, me haya vuelto víctima de este
déjà-vu cíclico, infinito. Al menos lo parece. En un principio llegué hasta
temer que fuera un síntoma de esta nueva enfermedad, pero después de leer,
escuchar, bucear yhacer mis cuentas, no conseguí acercarme a conclusión alguna
que sustente esa sospecha. Solo confundirme aún más.
En la
radio, la voz de Hugo Gomes (con ese final y sin tilde, ascendiente luso) narra
con los detalles justos como un grupo de vecinos lapidó y prendió fuego a un
linyera que hace tiempo vivía en la plaza de su barrio. Hugo es uno de los pocos animales de radio que subsisten
y tal vez el único de mi entera confianza.
––No, mi nombre no interesa… yo lo escuché
gritar y pedir clemencia. Los Suspendidos no gritan ni se quejan. Creo…
Uno de
los chicos que hace la calle para Hugo ha conseguido ese testimonio anónimo.
Mientras
tanto, yo revuelvo la salsa para mis pastas con la cuchara de madera, recuerdo
imperecedero de viejas lecciones para mi emancipación temprana. Gosha, ya
descendida de su Himalaya, y sin reparar en su
mochila está sentada a mi espalda, sobre la mesa de la cocina, ronroneando
alerta como siempre que huele salsa de tomate, sabiendo que, coladas las pastas
y una vez que se hayan enfriado, tendrá su porción.
Dos
vasos de vino son suficientes para acompañarme a esa modorra de siesta que
siempre me abraza después del almuerzo. Me tiendo boca arriba y vestido, con
mis tapones para los oídos.
Entro al
edificio del teatro San Martín buscando un lugar donde mear. Sus baños me
parecen una de las obras más piadosas de la urbanidad capitalina. Apenas
pasando al hall central suena música brasileña y la toca un grupo de chicos que
asemejan a una murga comercial. En mi camino esquivo a una chica espasmódica
que parece haber escapado de un film de Zulawski y que ni nota mi paso a su
lado. Cuando estoy llegando al baño, veo que sale James Stewart, muy elegante,
ilegalmente alto, y no puedo menos que vencer mi timidez, tenderle mi mano y
felicitarlo, para decirle que la película en la que me conmovió fue Vertigo. Él
me guiña un ojo y me dice en su tono casi gaélico: estuve mucho mejor en
Liberty Valance.
Suena
la mensajería instantánea de mi teléfono. El texto dice Ring. Es mi amigo Dani, tal vez el único cercano que me queda.
Siempre se presenta así a mi puerta. Muy a pesar de su cambio radical de rumbo,
producto de un lavado profundo de cerebro a manos de aquellos que reniegan
exageradamente de todo ––desde las vacunas hasta la física universal–– sigue
siendo alguien muy caro para mí. Y sé que es un sentimiento recíproco. Respondo
brevemente y bajo a abrirle.
Mientras
preparo café, hablamos de sus intenciones de aislamiento, una vida en la
montaña. Yo me muestro burgo-bohemio.
––Sinceramente
me gustaría ver cuánto aguantan vos y Patricia sin luz eléctrica ni gas ni
televisión.
––¿Acaso
ahora no estamos así? Digo: falta poco para que eso sea una realidad acá mismo,
y yo no quiero estar cuando se haga cierta. Igual, si ella no está lista no me cambia nada de planes.
––¿La
dejarías? ––Sueno incrédulo pero sé que hoy él sería capaz de abandonarla. A
menos su nuevo yo.
––Como
a todo lastre. Vos no querés verlo, pero todo lo que fue el modo de vida
impuesto y para el que nos programaron se está haciendo pedazos.
No
está mal rumbeado, pero ese dejo de soberbia en todo lo que dice me convierte
en abogado del Diablo.
––Sin
embargo, seguimos usando dinero. ––Dije.
––Por
ahora: vos esperá... ––Por suerte
cambia de rumbo–– ¿Hay menos gente en el edificio o me parece a mí?
––En
mi piso quedo yo solo; mis vecinos se fueron a vivir a sus containers de lujo
en una isla del Tigre. Y te digo que hicieron bien, son jubilados, ganan lindo
y parece que allá y en una isla están bastante a salvo de toda esta maroma. No
sé qué pasa en otros pisos, pero me parece que mucha gente se esconde para
esquivar algún riesgo posible. Y hace poco hojeé el resumen de administración y
somos pocos los que cumplimos. Como viene la mano, no creo que hoy se mueva
algún juicio por mora. Igual nunca se
sabe…
––¿Entonces
cómo dividen las expensas? Digo, ¿cómo cubren los gastos?
––En
la última reunión nos pusimos de acuerdo en que el consorcio pague lo que
puede. Por mí pueden meterse la iluminación de los pasillos por el culo… junto
con el ascensor.
––Es
un ahorro ¿Y los viejos?
––Ya
no queda ninguno ––pienso mejor––; hay uno (creo,) pero en planta baja.
––¿El
loquito que siempre fumaba en la entrada? ¿Se fue?
––Hace
mucho que no lo veo, pero cuando subo y paso por la puerta de su derpa siempre escucho algo… ¿Sabés que es un
buen pibe? El que sea raro no dice nada, al contrario, los más normalitos son
los de temer.
––Vos
que no tenés obligaciones ––hago un gesto de qué te creés–– sí, no tenés hijos que mantener ni un alquiler que
te apriete, deberías aprovechar y mandarte a mudar. Yo tengo que esperar a que
los pibes se hagan grandes.
Entonces sí tenés prioridades. Bien.
––No
creas que no lo pensé. Lo tuve proyectado. Pero tenía que vender acá y comprar
en otra parte… en la costa, ponele. Y el negocio inmobiliario ya estabakaput.
Los valores se cayeron casi en un 70% pero tampoco hay puntos de referencia
¿Qué fue de ese terreno tuyo en San Marcos?
––Perdido
a manos de los leguleyos de siempre. Igual no habríamos podido mantenerlo hasta
construir y mudarnos.
Llevamos
nuestros cafés al living. Aún tengo una mesa ratona de mis años de carpintería
en el colegio industrial, y a la antigua, está rodeada de pufs que ya ruegan
por clemencia.
––¿Te
imaginás el horror de Dios viéndose a un espejo que lo refleje como a todos
nosotros?
––¿Y
vos cómo estás seguro de que lo que ves es lo cierto?
––Vamos…
cortala con la retórica.
Busco
un golpe controlado de timón hacia aguas menos barrosas.
––Escuché
que por tu barrio Los Patrullas se están poniendo densos.
––Igual
que en todas partes. Buscan tenernos a raya por el miedo. Siempre fue igual.
––Pero
nunca tan descaradamente. Lo que me pone de la nucaes que cada vez más gente
común se les una y que esto ya sea una deliberada caza de brujas. Parece que al
fin consiguieron lo que siempre buscaron, y con la ley de su parte.
––La
eliminación del diferente, el factor de alarma versus la normalidad…
Sigue
hablando lo que tiene tatuado, pero también tiene su razón. Yo había convivido
con esos prejuicios lesivos desde mi infancia. Y nada parecía haber cambiado.
Solo que ahora era sensiblemente más riesgoso. El fin de su exposición:
––Y
ahora nos quieren vender ese verso de los Suspendidos.
––No
es joda viejo, es como una parálisis. Luego se pierde el control de esfínteres.
Y te convertís en un símil de Darío Grandinetti… tal vez un poquitito más
expresivo jajá ––entonces estallo en mi ocurrencia––: ¡hubiera cerrado perfecto
para cualquier película de Bresson!
Luego
de las risas, Dani agrega:
––Y
vienen Los Patrullas y te llevan. Vamos, ¿vos viste a algún Suspendido?
––Por
desgracia ya llevo un par.
––Sí:
se habían escapado de un geriátrico; mirá, si vos querés creerles, allá vos. Yo
abrí los ojos hace un tiempo y no me puedo hacer más el boludo. Todo esto está
preparado para manejarnos como corderos.
––Ajá,
¿y quiénes, si se puede saber?
––Los
Illuminati, los Rothschild, los masones… El
Ojo en el Cielo.
––Es
un disco de Alan Parsons, lo tuve… ––intento llevar otra vez la charla a un
terreno más grato.
––Otro
masón, igual que Kubrick.
––¿Kubrick
no era illuminati?[1]
Luego
la noche temprana del Junio tardío nos atrapa discurriendo sobre nuestros
bueyes y sus destinos no tan opuestos, y los cafés, como por alquimia, ya
trocaron en ginebra. Digo:
––Ahora
tenés que administrarla como medicina, porque una botella cuesta casi lo que
una semana de comida.
––¿Seguís
con el video?
––No…
ya hace un tiempo que estoy librado al viejo y querido colchón.
––Agradecé
que al menos tenés eso.
Dani,
sin embargo y aunque pueda sorprender, sigue trabajando para el Gobierno de la
Ciudad, y sus ingresos no son algo a despreciar, especialmente siendo que ahora
trabaja a distancia, desde su casa. Pero no emito juicio al respecto.
Acompañando al momento, pongo un video en la PC: The Kids are
Alright, film documental sobre los Who.
Sé que le gusta la banda, y así la charla se encamina por lugares más amenos.
Fumamos marihuana. La imagen nos muestra un primer plano de John Entwistle, en
su típico gesto de escucha: pulgar bajo la pera, índice bajo los labios y dedo
mayor a un costado de la nariz, mientras sonríe imperceptiblemente. Entonces
pauso la escena y le pregunto:
––Bien
¿qué ves entonces?
Dani
mira la escena, se ríe a borbotones de yerba.
––¿Al
bajista?
––Sí ¿Y?
––Le
pica la nariz… ––y otra risotada.
Lo
miro de costado con gesto irónico, triunfante:
––Ese es un gesto de masón. Entwistle
sí fue masón.
Lo
acompaño hasta su auto y lo despido antes de que la noche se vuelva hostil,
aunque ya nadie ande por la calle. De nuevo arriba, llevo tazas y vasos a la
mesada y me voy al dormitorio a ver una película de mi colección. Para cuando
Gosha salta a la cama ya estoy semidormido, y en la pantalla se reproduce Phase
IV sin ser atendida.
**
Al
instante de haber despertado me dije que hacía mucho tiempo que no me percibía
tan afectado por un déjà-vu de manera tan notoria. Casi fue como si hubiese
amanecido a un día ya vivido, pero conforme a que se fueron desarrollando los
sucesos simples de esa jornada y el sinnúmero de regresiones se hizo cercano al
infinito, llegué a pensar que en cualquier momento un espejo o vidriera a mi
paso me iba a devolver el reflejo de un yo
enmarcado en otro tiempo. ¿Acaso más joven? ¿O ya viejo?, y que esa otra
dimensión iba a invadir mi presente.
Tal
vez haya otro plano de realidad, y que ese plano oculto hoy esté cercano a
pasar al frente. Pero no aún. Ya ni siquiera creo que estos flashes sean
déjà-vu, más bien fotos, relámpagos de otro estadio.
Antes
dije o sugerí una vida paralela. ¿Pasada?, ¿por venir?, ¿manchas nuevas para (¿oen?) la película de mi memoria? Estoy
pensando en que todo esto se debe a que pasé el límite permitido por mi
naturaleza (o mi constructo) viviendo en un mismo lugar ––casi 10 años–– y ya
es más que imperioso que de otro paso más, que rasgue el decorado como otras
veces. No, no, nada cambió desde la última vez en que me lo dije. Solo ocurrió
algo más.
Sí, las
imágenes. Imágenes cada vez más
claras y pesadas. Y los lugares y situaciones que asumen una nueva valía, un
escalafón más alto y desafiante. Tengo muy claro de que, de ser posible, le
quitaría la piel al mundo para verlo desnudo. Tal vez, así podría encontrar el
pasillo a otro universo en la vidriera de un local. O en un espejo cualquiera
––de preferencia retrovisor––. Pero que quede bien claro que si se me antoja
darle a todo esto la categoría de comienzo o final de algo lo hago solo para (y
por) mí.
Por
otro lado anoche, ya en sueños, no estuve en lugares con carácter, ubicación o
toponimia definidos. Al contrario: todo se mostraba en un plano medio a corto.
Y nada para destacar. Algunos personajes nuevos. Ninguno remarcable. Solo que
en mi sueño había recortado cigarrillos a medio fumar para hacerme de una
reserva, y dejé de fumar de atado hace ya un tiempo largo ¿Por qué hablo de
esto? Porque desde pequeño tengo sueños––entre otros muchos tipos a definir––
sobre zonas inexistentes insertas o en derredor a lugares que conozco muy bien.
Estoy en una zona baja de New York que jamás visité, pero conozco cada calle,
sé por dónde es seguro moverse, dónde subir y bajar del elevado; y nunca voy al
centro. Así también recorro de un extremo a otro ––desde la entrada hasta un
inexistente balneario–– otra ciudad que conozco solo por nombre. También una
importante localidad del conurbano que visité como barrio, pero que en la tierra de Morfeo tiene una
plaza enorme y partida como la del Congreso y que está rodeada de enormes
edificios de oficinas, bancos, iglesia, municipalidad. Y está esa Buenos Aires
periférica casi sobre el río, anterior en tiempo al Puerto Madero urbanizado,
apenas más al noreste, desde donde acaba la reserva y poco antes del club de
pesca,que desde ahí bordea por dentro los muelles de alíscafos y buques hasta
más allá de la estación de Retiro y los juzgados de Py; y todo ese
terreno observado desde la altura por una inmensa catedral bizantina del siglo
XIX que parece gobernar al paisaje desde su cúpula dorada. También un nuevo y
moderno centro en mi barrio natal, en un lugar físicamente imposible, con su
avenida principal flanqueada por coquetos chalets. Esto solo por dar algunos
ejemplos sobre lo que más se repite, sin algún patrón. En una ocasión hice un
circuito por Europa, pero no lo cuento porque una sola vez no mueve el
amperímetro.
No
recuerdo quién escribió “…el Espíritu del Tiempo es el Enemigo”. De ser así,
debo andarme con cuidado y tomar esto como preludio a una posible invasión. No
general ni masiva. Solo de mi mundo. Ergo, podría considerar todo esto como una
perversa seducción del invasor para que yo le abra la puerta. Querido enemigo: si solo supiera cómo.
Llegando
al mediodía, subordinado a mi situación, vuela una pincelada más: entro en una
galería en la que jamás estuve y me dirijo bien al fondo atento a mi instinto,
que es ciego, no habla y tampoco es telépata. Me encamino hacia un local que ni
sé si existe, pero donde estoy seguro de que voy a conseguir ese cable que hace
rato busco y no encuentro. Y el local está ahí. Y el objeto de mi necesidad
también. Agua en Marte.
Superada
mi capacidad de sorpresa al punto de no generar la más efímera emoción,
mientras salgo de la galería por su otro brazo y a metros del local anterior,
me encuentro con el siguiente cartel:
SE BUSCA PERSONA CON AMPLIOS
CONOCIMIENTOS EN
COMPUTACIÓN
PARA EDICIÓN DE IMÁGENES
ALMACENAMIENTO PROPIO
TRABAJO EN DOMICILIO
PAGOS POR
ADELANTADO
Lo primero que pienso es que
seguro es otra estafa, uno de esos trabajos que nadie toma porque solo te pagan
por producción, generalmente una miseria ¿Y eso a mí en qué me afecta? Cuernos:
tengo todo como para hacerlo de la manera más honrosa desde mi casa. Y si me
dan el crudo ya digitalizado hasta puedo ser un rayo.
No lo dudo un segundo más y toco
el timbre para saber de qué se trata.
**
––¿Estás seguro?
La voz al otro extremo de la
cadena electromagnética es la de mi buena amiga Fabiana.
––Por completo: el Juan Pérez me dijo que vuelva cuanto
antes con mi rígido portátil y que entonces me pagaba y que lo pase a buscar al
día siguiente para empezar con el trabajo. Y todo sin dejar de chatear un
segundo ––accelerato ma non tropo, vivace.
––Y volviste corriendo…
––El tiempo que me lleva caminar
30 cuadras a mi ritmo de crucero.
––¿No tenés miedo que se quede
con tu rígido?
––Lo que me paga lo cubre con
creces.
––Entonces… letra chica…
¿condiciones?
––Ninguna. Lo único que me pidió
fue mi número de teléfono. El resto es lo que te decía: están armando un
librería de imágenes en video. Tengo que redondear los archivos que me pasen,
pulir las rebabas, sea, darles un principio y un fin,encadenar con fundidos o fades las tomas de una misma especie,
corregir el color, empatar formatos… en fin: papita.
––¿Y si es tan sencillo por qué
no lo hacen ellos?
––Quiero pensar que por una
cuestión de tiempo. Supongo que serán horas y horas frente a la pantalla. Acá
no hay 2x que valga.
––¿Y el banco ese de videos se
supone que es para…?
––Me dijo algo así como una ONG
que quiere estudiar el comportamiento de la gente en tiempos de la depresión.
Me importa un pepino, sinceramente.
––Bueno. Supongo que me
invitarás a chusmear un poco de eso.
––Si te bancás verme trabajando
venite cuando quieras.
––Sabés que todo lo que sea
imagen me interesa. Y todavía me debés una película.
––Es verdad.
Con Fabi habíamos sido
compañeros en un curso de fotografía en la escuela de La Boca. Y habíamos
convivido brevemente. Hoy, solo somos buenos amigos. Pero buenos de verdad.
Por la noche estoy sobreexcitado,
ya quiero que sea mañana, ya quiero tener el disco duro en mis manos y comenzar
a trabajar. Trato de distraerme con alguna película de mi archivo pero no
consigo la concentración necesaria. Apago el televisor y me quedo a oscuras,
boca arriba. Gosha ronca en su rincón escogido. No hace frío. Pero no puedo
prepararme café si es que tengo la ilusión de conciliar el sueño en algún
momento. Repaso entonces toda esa primera parte del día en que me encontré
andando sobre pasos ya dados, pero la sensación ha desaparecido. La supongo
producto de algún estrés oculto y ligado a las situaciones vividas en todo el
último tiempo. Parte de la maldición
me digo, y sonrío para mis adentros. Pienso en esa infancia lejana, en mis
juegos, mis guiones, mis historias, mis discos, mis libros… visualizo la casa
de mis abuelos, donde me crié hasta casi adolescente, los pisos de madera… doy un paso y
lo encuentro firme. Más aún, reconozco la flexión y resistencia en las viejas
tablas, pero no estoy ni eufórico ni inconsciente como para excusar la ausencia
de un crujido. Tampoco oigo el tic-tac del reloj en la pared. Sacudo la cabeza
mientras presiono mis oídos. Nada. Al rato me doy cuenta de que el reloj no
marcha. La penumbra es extraña, gótica. Lentamente, comienzo a recorrer ese
lugar para descubrirlo vacío. Ningún artefacto ––radio, tv, tocadiscos––
funciona. Los libros parecen estar igual, pero no puedo aseverar si lo que
contienen son frases impresas o páginas simplemente rayadas. No hace falta que
aclare que el lugar está deshabitado. En el pasillo abierto que lleva a la
calle me descubro con sobresalto bajo un cielo gris oscuro, casi negro y sin
luna ni estrellas. La puerta a la calle está cerrada (¿soldada?) y me invade
tal sentimiento de ahogo y desesperación que, de un solo impulso, salto el
tapial y ya estoy al otro lado y ante el mismo y desolador panorama: las hojas
de los árboles, los tallos de la hierba... todo inmóvil, muerto… ¿suspendido?
Al menos todo aquello que esa luz sin fuente me permite ver. No hay signo alguno
de insectos u otros bichos y el silencio me acerca al vértigo. Siento mareos.
El aire es denso, pesado, pastoso. Miro hacia la esquina, pero la niebla es muy
densa y me hace pensar en que solo
existe el lugar donde estoy, que más allá no hay nada… ¿y esta isla es mi
pasado? Me queda la esperanza de que las canillas funcionen, que el agua sea
potable y encontrar comida. Pero, y tal como supuse, el agua es un líquido
soso, desalinizado, desmineralizado; tampoco encuentro comida: la heladera está
vacía y las fruteras llenas de flores de plástico. ¡Vieja de mierda! (Muerdo en
silencio, mientras recuerdo que mi abuela las usaba como centro de mesa.)
Arranco un limón del árbol del patio. Nada. Insípido. Insubstancial. Y caigo de
rodillas.
Entonces:
––Ahí lo tenés: ¿ese es el maricón que
estás criando como mi hijo? (la voz de mi padre).
––¡Algo debe haber hecho para estar
así! (mi madre). ¡¿Qué mierda hiciste ahora!? ¡¡¡Debo haber sido una puta para
parir semejante aborto!!!
(¿Qué puedo haber hecho?)
Abro
los ojos y ya es de día. O sea que ya deben ser las ocho pasadas por largo. Así
es. Me pregunto quién fue el que dijo solo
sabemos que dormimos al despertar. No consigo recordarlo.Luego me levanto a
tomar café. Lo tomo negro, con algo dulce. Y salgo a buscar mi disco duro.
––¿Sí?
––La voz de un Dalek adiposo en el intercomunicador.
––Román… Aclef ––jamás uso mi apellido real, solo el de bucanero––: vengo a
buscar el rígido.
Luego un zumbido eléctrico y la
puerta que cede el paso.
El lugar tiene el metraje cúbico
de un tomógrafo. Me pregunto dónde estará el baño. Me contesto que no ahí.
Mi empleador hoy es otro, sin
duda cortado del mismo molde. Está chateando, al igual que el otro Juan Pérez,
y no despega sus ojos de la pantalla cuando me habla.
––El muchacho de ayer me dio
este papel…
––No hace falta, es un control
para tu seguridad.
(¿Y si no soy quién digo ser?)
––¿Cuánto tiempo de video
cargaron? ¿Algún formato destacable? ¿Algo que deba saber?
––Ni idea. Nos lo dieron a
primera hora de hoy. Solo somos intermediarios, ¿ok? ––y sin margen para mi
repregunta––; cuando lo tengas listo lo traés. Podés borrar los originales. El
margen de corte es de 5 a 10 segundos. No elimines nada por banal o azaroso que
te parezca, solo los espacios sin imagen. Compresión MPEG-4; HD. No creo estar
olvidando nada. Ah, tenés que crear un archivo de seguridad anti pirateo y
tomar el compromiso de no usar en público alguna de las copias.
––¿Y por qué iba a hacerlo?
––¿Usás redes sociales?
––El día que canonicen a Charles
Manson.
––Bien. Pero primero tenés que
firmarme esta obligación de responsabilidad.
––Quiero suponer que se refiere
a no publicarlo en la web, porque si hice una copia privada andá a preguntarle
a Bergoglio ––trato de ser gracioso. No funciona.
––Supongo que sí.
––No uso redes sociales.
––Entendí la humorada.
Imagino que el capítulo del
libro de los gestos sobre cómo sonreír nunca lo leyó. Rompo:
––¿Por qué habría de quedarme
con copias?
––No lo sé. Yo solo repito lo
que me indican.
––¿Y para quiénes trabajo?
––Un grupo de investigación.
––Ya lo sabía.
––Bueno.
Aturdido por una charla tan
apasionante, me despido y emprendo mis 23 cuadras de regreso.
**
Las leyes de la maldición rezan
que va a ser un formato incompatible y la máquina no va a poder leerlo o ni
siquiera va a encender, que la licencia de Premiere está vencida, que los
códecs son inválidos. O que tal vez la gata orinó sobre el teclado, por solo
por nombrar algunos posibles contratiempos. El espíritu de lo inanimado es
implacable. Más si anida en máquinas con presunción de vida. Algunos indígenas
del hemisferio norte lo llaman Manitú.
Los archivos son AVI. El viejo,
el primero, el pesado, ese ahora en desuso. Entiendo, pero el simple hecho
también baja mi libido: no deben ser tan
de punta. (Nadie sugirió que lo fueran.)
Los registros son gruesos como el puro de un ricachón. Por seguridad los pongo
a copiar para trabajarlos desde la máquina. Tal vez, más allá de su peso, no
sea tanto el tiempo en minutos. Conozco ese tipo de archivos y sé que ladran
más de lo que muerden. Sin embargo… operación ilegal.Abortada. Los archivos no
me dejan que los pase a la PC. Por primera vez me siento algo alterado. La
advertencia reza: OPERACIÓN
INVÁLIDA. Suele ocurrir eso cuando los archivos
exceden la capacidad del disco receptor. Pero en este caso mi unidad de destino
es de 4 TB Ni hace falta que lo chequee porque sé que, al menos, medio disco
está vacío. Al tercer intento desisto. Si no me deja copiar, dudo que me
permita abrirlos directamente desde el disco externo.
Sin embargo, sí.
¡Eureka!
Veamos. Zoom normal 1:1. F9 y
pantalla completa. Parece haber sido grabado con una de esas camaritas manuales
pero aún de cinta, la calidad es buena, el formato 4:3. Siglo XX. Entiendo por
qué pesa tanto: está digitalizado full
mode, sin anestesia, jajá.
Seguramente para ser reproducido en un viejo aparato de tubo y a través de una
copia en DVD (¿Por qué nos llevó tanto
tiempo el cambio?) ¿Desentrelazado? Venga, que lea optimizado. ¿Direct Stream Copy? Por
supuesto. A mpeg-4. Crear código de protección: sasá, sasasá, sasá: ¡listo! Confieso que respiro
aliviado cuando veo el proceso en marcha. Vamos a verlo antes de eliminar la
copia original (y ennoblecer tan trascendental suceso).
Este
primero es un plano fijo sobre lo que parece ser la entrada a una galería
comercial. Parece haber sido grabado en algún momento previo a la depresión,
pero no sabría aseverarlo. Llegando a los 5’35 marco con F11 una imagen que
pienso que podría usar como punto de pivote:
una chica que, viniendo desde el interior, se acerca hasta la puerta y levanta
con ambas manos un cartel por sobre su cabeza. No alcanzo a leer qué dice pero
ya está marcado, luego volveremos sobre
ese particular. El plano monótono y solo rimado por el paso de colectivos (como
separadores) se extiende un par de minutos más. Fiel a lo que se me había
encomendado, busco un punto previo al corte final como para insertar un fundido
––algo que luego voy a decidir en qué forma hacerlo–– y vuelvo al marcador.
Busco unos segundos hacia atrás y adelante, aún sabiendo que es imposible que
me haya equivocado por tanto, pero no consigo encontrar a la chica con el
cartel. Por otra parte siento que aquella que estoy seguro que vi en la
grabación me es conocida, pero no sé de dónde.
No
había olvidado conectar el sonido. Solo que al haber visto las pistas de audio
vacías, supuse que la grabación era muda. Pero ahora veo pequeñísimas
alteraciones en ambos ejes centrales. Exporto hacia el otro editor, el
específico para audio, y efectivamente hay sonido. Solo que parece no tener
relación alguna con el video. Al principio solo asemejan a ruidos que pueden
generarse por alteraciones de tensión, pero al paso de varios filtros descubro
lo que parece ser una lectura o un rezo gregoriano. De todas formas es algo tan
imperceptible que no logro descifrarlo y, por ser sincero, lo que el espectro
me muestra no sustenta mi audición. Retocarlo más puede ser nocivo, veámoslo
luego. Descarto todos los cambios y salvo una copia de ese audio para mí. No me
contrataron para eso.
El
pájaro de los atardeceres ya se cansó de cantar su “títere, títere, títere” y
parece haberse ido a dormir. En efecto: el sol cayó. No me explico cómo ese
video de tan solo unos nueve minutos me sorbió toda la tarde. Salvo, extraigo,
cierro. No es momento de un café, prefiero una copa de vino. Gosha me escucha
en la cocina y viene a ocupar su lugar a la puerta, en mi mochila. Cambio el
agua de su cuenco y lleno el otro pote con su comida. Algo de música. Sí. Es
innegable que Brahms, en sus sonatas, desprende muy despacio la carne de los
huesos. Sus cambios de carácter son inigualables. Recuerdo a un viejo maestro
diciéndome que su Primera Sinfonía podría haber sido la Décima de Beethoven. El
vino es medicinal ¿Qué puedo cenar? Pastas otra vez no. Tengo huevos, queso
fresco: hagamos una omelette in memoriam
de la primera mujer en mi segunda vida. Era su as en la manga para cuando nos
sorprendía la noche ya crecida y no habíamos previsto la cena. Fueron buenos
momentos en un tiempo de grandes cambios, pero en verdad yo todavía era
demasiado joven y por entonces cometí muchos pecados por inmadurez. Por el
contrario, ella muy pronto se había vuelto demasiado
adulta para su edad. Quieran los dioses que esté muy bien. Abandonamos nuestro
contacto hace muy mucho.
Otra vez no me siento en el
humor adecuado para encarar una película, y aunque tengo una ligera cefalea ahí
donde nace la nariz, decido llevarme el disco al dormitorio para ver en la
pantalla del televisor algo más de su contenido. Como siempre, Gosha sube a la
cama y se enrosca en su rincón.
Este es un plano en picado,
fijo, mismo tipo de cámara, misma relación de aspecto. Lo apuntado es una plaza
que me parece la de Almagro (pasé por ahí hace no mucho, en una de mis
caminatas), y la toma está hecha desde lo que supongo será un balcón o una
terraza. Tampoco parece actual, al menos post debacle. No es un plano infinito
o una toma achatada por teleobjetivo. El foco está en el centro de la plaza,
así que aquello que no está sobre ese trópico se va borroneando a medida que se
aleja o acerca. Más que un estudio (o mirada) sobre el comportamiento de la
gente parece un experimento visual de estudiante. La profundidad de campo es
tan corta que en las zonas más alejadas del plano focal bien podrían aparecer
elefantes, camellos, un OVNI. Me pregunto cómo, con tal apertura de diafragma,
la imagen no está saturada, quemada. Me respondo que esas camaritas deben haber
tenido algún control similar al ASA de las películas en celuloide. Ahora atino
a ver bultos desdibujados en un movimiento cansino y perezoso. El plano se
extiende por unos 5’ y se corta en ruido blanco. Pero el cue de mi televisor marca que aún faltan 4'40". Avanzo por la
suma de estos totales electrostáticos y la imagen regresa enfocada sobre la
vereda del fondo, donde se agolpa un grupo de personas. Otros se acercan y
entran al cuerpo focal desde diferentes lugares, pero no a curiosear, sino que
se involucran en aquello que está ocurriendo, que bulle. Parece una jauría de
perros que se ha ensañado con algún otro pobre animal (¡cómo los odio!).
Pauso la imagen, hago zoom sobre el evento y descubro que hay dos personas en
el piso. Play otra vez y ya el grueso de la turba se dispersa, pero alguno de
los nuevos convidados no duda en propinarle un nuevo golpe a los caídos.
Entonces llega una patrulla, una como las de este nuevo tiempo. Los guardias
urbanos descienden, cargan a la pareja que está en el piso y los arrojan a la
caja del furgón. Al tiempo que se van, los demás recuperan la normalidad y
vuelven a sus misteriosos caminos. Ruido blanco y final.
Hay algo que no me cierra; si es
una situación contemporánea ¿por qué está grabada con un sistema del siglo
pasado? ¿Por qué el 4:3? ¿Querrán que yo reformatee el encuadre? No recuerdo
que me lo hayan pedido. En todo caso ¿habrá sido un linchamiento? Y la patrulla
¿no era acaso de esa misma fuerza que opera hoy? Como sea, es muy perturbador.
Y estoy cansado. Dejemos que el tiempo ayude a un veredicto.
Pronto
estoy recostado boca arriba al sol en una playa que no recuerdo pero que
supongo que debo conocer. El adormecimiento me habla de una vacación largamente
necesitada. Cuando ya estoy casi dormido siento que algo comienza a presionar
mi nuez cada vez con más fuerza. Intento deshacerme pero no lo consigo y ya me
falta el aire. En un acto desesperado tiro un golpe ciego con todas mis fuerzas
y despierto. Hiperventilando.
La sensación de ahogo es tan
real que me toma un tiempo volver a un ritmo cardio-respiratorio normal. No
hace falta demasiado para que me desvele, pero ya sé que la noche está perdida.
Enciendo la radio en mi emisora de madrugada ––que no es aquella del mediodía o
de la tarde–– sabiendo que voy a aprovecharme del insomnio para adelantar
trabajo. En verdad, ya querría estar en eso. No es tanto lo que me falta y, de
retomar la tarea en un rato, podría tener todo listo para la tarde, aún con una
hora libre para mi siesta.
––… no fue ayer, será mañana, pero no vamos a devenir en Suspendidos por
los impíos de siempre, que son más de los imaginados; pero está pronta su
extinción.
Al principio me sorprendo ¿Esa
es la voz de Soledad? Sí…
––Así termina el manifiesto
que empezó a circular, según me cuentan, hace unos días, y que amenaza a todos
los que, repito, para este grupo extremista que se hace llamar El Pueblo, a
todos los que atenten contra la normalidad. Una sonrisa bizarra para una nueva
madrugada que no parece de invierno, la temperatura es de…
Es ella y su programa de 3 a 6
am.
¿Quiénes serán El Pueblo?
Me visto. Antes de apagar la
luz, veo que Gosha se tapa la cabeza con sus manos y se comprime aun más en su
ovillo.
No desayuno.
Me siento a la máquina con un
café bien caliente y hago cuentas con la duración de los videos que aún me
restan.
**
––Si vas a copiarlos para
valorar mi trabajo, espero. No puede llevarte más de media hora. El código para
desbloquear los archivos está en el txt. Ah, sobre los encuadres…
––Yo no soy quién evalúa ––este
es Juan Pérez número uno––. Supongo que ya me lo harán saber. Me dijeron que
pasan por el disco duro cuando yo les avise. Y me dejaron esto para cuando
entregaras lo tuyo.
Esto
era una paga similar a la primera, en
billetes frescos.
––Ya me pagaste.
––Es para el próximo trabajo.
––¿Me pagan por lo que viene,
sin ver siquiera lo que ya hice? Por mí magnífico.
––Tendrán sus razones ––sin
pausa, sacando un sobre del escritorio y sin perder de vista su pantalla de
chat––. Me dijeron que te diera esto si llegabas a entregar antes de las 48 hs.
Pasá por tu rígido mañana después de las once.
La galería ya está a oscuras
pero la puerta aún no tiene corrido el cerrojo. Decido ver ahora qué hay en el
sobre para no correr riesgo alguno por distracción en la calle yerma. Es una
nota impresa. Dice:
Estamos muy conformes con su dedicación al
trabajo y celeridad. No es necesario que re encuadre las tomas. Sí es
imperativo que nada de lo que se ve quede afuera, y felicitamos su atención por
el detalle. Que usted no sea parte de las redes sociales es algo que también
valoramos en extremo. Siga así. Lo esperamos mañana.
Definitivamente
me siento confundido. Pero este no es un tiempo para seguir preguntándome a
cada paso sobre todo.
**
––A eso se lo llama intuición.
––Fabiana, guiñándome un ojo.
––Yo, más vale, lo llamaría
telepatía ¿Cómo cuernos iban a saberlo?
––Por deducción, nene. Aparte: te deben haber filmado
cuando pediste el trabajo. ¿No te fijaste si había una camarita en algún lado?
Estos tipos se estudian todo.
––Igual: ¿cómo saben que no soy
un chanta? Me pagaron lo nuevo y recién esta mañana pasé a buscar el disco.
––Porque desbordás honestidad.
Fabi inclina su cabeza hacia
adelante y me mira por sobre sus lentes 0.25 Easy Rider.
Fabiana es morena, usa el
cabello ––que lentamente va dejando ver entretejer los grises más pertinentes––
recogido en una cola de caballo, tiene un cuello que le hace honor a sus
hombros perfectos, una boca apasionante y la nariz recta, dirigente. Luego de
nuestra charla telefónica sobre mi nuevo tentempié y, siendo que ya llegaba el
jueves, habíamos concertado para cenar. Últimamente no la veo tan seguido
porque sé que está embarcada en una relación bastante seria y promisoria, así
ella se empecine en banalizarla.
Me sirvo un poco más de vino
blanco, que es su cepa. Ella:
––¿Y vos decís que los Juan
Pérezson hermanos?
––Digo que sontwo of a kind.[2]Y
no hay un momento en el que no estén chateando por… ¿Whatsapp? Hay una versión
web ¿no?
Ella arma un porro, casi
distraídamente. Hay hábitos que nunca mueren, o resisten con heroísmo. Comento:
––Así que mañana habemus chongo ––cuando me lo propongo
soy alarmantemente original.
––¡Más respeto señorito! Estamos
hablando de un funcionario público.
––…
––Es parte de la nueva
Secretaría de asuntos Ciudadanos.
––Mirá vos, che. Si me decías
que ahora también te volviste devota me hubiera sonado igual de plausible.
––Bueno… mi chico también es parte de un grupo Krishna.
––Me cierra todo.
––Yo todavía no quise
participar. Por ahora…
––¿En la espera de una relación
consolidada?
––Es una forma de decirlo.
Prende, quema, ofrece.
––No, hoy paso.
––Vos nunca fuiste de prenderte
a las fumatas. Me acuerdo que cuando íbamos a una fiesta siempre terminabas a
un costado, careta.
––Nunca en patota. No a la
montonera. Así como ahora es otra cosa. Es solo que en este momento no quiero.
Hablando de quemar: el horno.
Voy a encender el horno. Primero
pongo a calentar los zapallitos que ya guardé rellenos en la heladera. Cuando
la temperatura sea óptima, entra la fuente de pejerreyes y, con un poco de
fortuna, en poco tiempo voy a retirar todo a punto. En el living, Fabiana
retiene a Gosha a base de mimos, pero su olfato ya le informó que hay algo rico
para comer. Se libera y pasa a montar guardia a la puerta del horno. Fabiana
deja su copa en la mesa y viene a la cocina.
––¿Me vas a mostrar después alguno
de esos videos que te pasaron para editar?
Siempre me admiró que la
marihuana no la haga reír como a una idiota. Muy por el contrario, la centra y
relaja.
––No creo que algo de la primera
tanda te vaya a resultar entretenido. Y de lo nuevo chusmeé algo antes de que
llegaras pero es más de lo mismo… te vas a aburrir.
––¿Son todos iguales?
––Iguales no… más bien del mismo
tipo.
––Como los Juan Pérez…
Saco la fuente del horno. Gosha
la sigue con ojos desorbitados. Fabi me alcanza su platito de plástico y le corto un medio lomo de pejerrey con
algo de salsa blanca, pero tiene que esperar a que se enfríe. Hago dos
porciones para nosotros y volvemos al living. La tuca está en el cenicero.
––¿Vas a seguir con el vino?
––Cómo que no.
––Te preguntaba por el faso.
Pero me olvidaba de tu cultura.
Cuando una comida sale como
imaginé me siento muy afortunado. Y una virtud inalienable del pejerrey es ese
sabor dócil que lo hace maridable con casi cualquier otro plato. Justo es
aclarar que jamás lo mío fue la cocina, pero tengo muy buena memoria y así mis
contados intentos siempre fueron exitosos. Al menos, comestibles. También
hablamos con la boca llena. Dice:
––Vos no te vas a juntar nunca
¿no?
––La única chica que me interesa
ya no está disponible.
––Andá a cagar ––y se ríe. Es justo.
Trato de ser serio:
––Vos sabés que mis intereses
son poco compatibles. Y que me gusta estar solo.
––Doy fe ––pausa breve––;
¿seguís coleccionando películas? Veo que desapareció el mueble gigante ¿Y los
discos?
––Digitalicé todo. Y tengo una
copia de seguridad que jamás toco. Por si
las moscas ¿Viste? La filmoteca de Alejandría.
––Buena idea la del celular.
Es que en este último tiempo
comencé a aprovecharme de un teléfono en desuso conectado a un sistema estéreo,
como almacén y reproductor de música. En una memoria extraíble de 64 Gb tengo
el común de música que suelo demandar normalmente, y otras memorias más
pequeñas contienen variantes por género, en caso de requerir de un humor
puntual, determinado. Hoy estamos escuchando uno de sus discos preferidos:
Insignificance, de O’Rourke.
––¿Nunca te pasa que sentís que
algo ya lo viviste?
––Déjà-vu. Sí.
––Sí, sí; pero me refiero a algo
más que un vistazo o un momento: algo que se prolonga en el tiempo.
––No, tanto no ––piensa… ––no.
––Hace un tiempito me pasa que,
a veces, hasta toda una mañana o una tarde se me hacen ya vividas. Pero no
porque lo que haga u ocurra ya me parezca hecho, sino porque me siento
bombardeado por flashes y flashes de algo que ya sentí.
––Es lógico para una rutina.
––No, no me entendés: me refiero
a sensaciones primerizas, puras.
––Si estás frente a algo nuevo…
––Así me esté lavando las manos
o cepillando los dientes.
Acerca su mano y me toca la
frente con el dorso.
––No, fiebre no tenés.
La miro con una sonrisa que imagino
abandonada. Pero no me estoy observando. Esto es la realidad. Y soy un pésimo
actor.
Retiro los platos y traigo el
helado, un verdadero lujo (y milagro) para los tiempos que corren. Gosha está
metida otra vez en mi mochila, y desde ahí nos mira mientras se acicala.
––¡Ah, bueno! Y esto ¿se debe
a…?
––Digamos que a mi buena fortuna
laboral, y a la existencia de una heladería camuflada justo acá, enfrente.
Pero, si querés, puede ser tu despedida de soltera.
Su respuesta es un repasador
abollado volando en dirección a mi cara.
Después de mostrarle brevemente
mi copia de algún fragmento de los videos ya editados ––el de la plaza, porque
recuerdo su pasión por la profundidad de campo–– y de la aniquilación ahora
compartida de la tuca, llama a un
remís de su confianza. Media hora después ya estoy solo. La máquina sigue
encendida, la reproductora pausada sobre la imagen algo sesgada de la entrada a
un templo o catedral que no consigo identificar (¿cuándo llegué ahí?), pero que
se me hace conocido. Todas las iglesias son iguales, me digo
equivocadísimo, y cierro el programa.
Antes de quedarme dormido hago
un balance de los videos editados: planos fijos, normales, picados, algún
contrapicado… nada de movimiento, ni un solo paneo, travelling o zoom ¿Habrán contratado
a un camarógrafo profesional? ¿Tal vez otro trabajo como el mío? Los dos
extremos. Las tomas parecen callejeras, aunque alguna pueda no haberlo sido. En
fin: hasta mañana.
(El sueño más vívido de la noche elude elípticamente a mi archivo de apuntes
por su lubricidad y porque involucra a mi ––hoy–– querida amiga.)
Estoy flojo de alacenas.
Decido abastecerme, y son mis
últimos y generosos ingresos los que me levan, de paso, a dar una esperada y
necesaria caminata. Esto de estar sentado horas y horas frente a un monitor no
es de lo más saludable. De todas formas, lo que me queda por hacer no es tanto,
seguramente mañana a las 11 voy a tenerlo listo, pronto entregado. No pregunté
si el sábado trabajan, pero tampoco me dijeron lo contrario.Los Juan Pérez
deben turnarse 24 x 24 y de seguro vegetan chateando ahí dentro todo el tiempo.
Tal vez del techo cuelgue algún arnés y duerman como murciélagos.
Hace ya un tiempito que percibo a
la calle más y más gris. Dicho sin eufemismos: siento que las cosas pierden su
color, y la gente se muestra más adusta, hosca. No es para menos. Por otro
lado, también es algo característico del invierno. Pero ahora respiro un tufillo
a gases saturados, a compresión peligrosa y a explosión retardada, como si un
pistón bombeara y bombeara esperando por la chispa. Dani me había preguntado
por este vecino rara avis que siempre se mostraba junto asu pucho a la puerta
del edificio. Hoy volví a verlo. Siempre pareció un muchacho parco, corto de
palabras y muy ensimismado. Para algunos prosaicos: el loquito del primero. Sin embargo, ahora me parece más cordial
que el común del resto. Él no finge amabilidad o una sonrisa, pero tampoco es
hosco o grosero, y su gesto no oculta nada. Tampoco parece que fuera a
convertirse en tujuez y verdugo tras un pestañeo, que es lo que huelo en
cercanía de los demás.
La avenida me tiene harto, así
que elijo una paralela casi desierta. Siempre me gustó caminar barrio adentro,
y siento que tiempo es lo que me sobra. Me sigue resultando gracioso que la
gente observe desde atrás de las cortinas cualquier movimiento no habitual en
la calle. ¿Terminarán sometiéndose al encierro? ¿Tanto miedo tienen? Es verdad
que la depresión multiplicó el vandalismo y que se dan escaramuzas acá y allá,
pero antes también pasaba y la gente abría sus ventanas y barría las veredas.
Hoy la hojarasca lo cubre todo y las únicas ventanas abiertas son las de las
plantas altas. Imagino a los barrotes de aquellas a la altura del peatón bajo
planteamientos existenciales… ¡Bueno sería!
Celebración
de la Santa Misa suspendida hasta próximo aviso. Y
es que el miedo se huele, se hace palpable, se alimenta de las almas en que
parasita a cambio de una incierta sensación de seguridad puertas adentro,
aquella que todos sabemos que es falsa. Vom Himmel hoch,
da komm’ ich her;[3]
por supuesto: es una iglesia luterana. ¡Mirá esto! Es que, apenas detrás de las
rejas de la entrada, hay un chimango enorme alimentándose de carroña, tal vez
una rata enferma o alguna paloma caída en desgracia a las puertas del templo.
Tengo muchas ganas de documentar la escena, pero dejé el teléfono en casa.
A una cuadra de distancia cruza
una mujer, y su paso es veloz y agitado, casi puedo decir que corre (¡La
sopa! ¡Que se quema la sopa!) Jajá. Sin embargo, luego pasa alguien
más, y después un par, y detrás un grupo más nutrido. Desde mi lugar apenas se
oyen los pasos al galope, no así alguna voz, y la escena me recuerda de
inmediato a una película de finales los 70s llamada Usurpadores de Cuerpos, esa
con Donald Sutherland y Leonard Nimoy. Cuando llego a la esquina veo a mi
derecha y allá, a cuadra y media, el grupo se desgrana, ahora en varias
direcciones. Algo queda en la vereda. Y es un bulto sobre el piso, entre las
hojas. No soy curioso ni comedido, pero me acerco porque presiento que algo
está mal, o muy mal. Y porque soy un inconsciente. Así, cuando estoy solo a
unos metros (sí, lo del suelo es un cuerpo) una patrulla dobla a mi espalda
quemando caucho, bajan 4 Urbanos y la
cargan al furgón. Antes de cerrar la puerta uno se detiene y me mira fijo, y su
mirada es la de un gorila rabioso. Urko. Cruzo la calle pero consigo mantener
el paso. Toda mi adrenalina sale disparada y me preparo para lo peor. Entonces
escucho el golpe latoso de la puerta y la patrulla arranca su camino calle
arriba, al solo quejido de neumáticos y motor. Ahora sí los miro, y se alejan.
En silencio y sin alarmas su
eficiencia pasa a ser notable. Hoy las sirenas solo se usan para poner
distancia o intimidar. Pensándolo bien, siempre fue así. Nunca un patrullero se
valió de su sirena o luces para atrapar al perpetrador de algún delito, solo
para ahuyentarlo y evitarse problemas.
Doblo en la esquina siguiente y
decido que el camino de la avenida es el mejor.
Ya de
regreso no consigo quitarme ese regusto de la boca, un sabor de sales, óxido y
ácidos digestivos. Mientras ordeno mi compra enciendo la radio: mi vieja amiga.
Los pocos medios que sobrevivieron a la depresión ahora reúnen periodistas
variopintos pero afines a una sola causa: supervivencia personal. Huelga decir
que, aunque somos gobernados por una coalición de mil cabezas, siguen las
inútiles e insalvables diferencias, y que los sobrevivientes aún honran con
creces a los desperdicios del pasado, tal como un monstruo coprófago que se
alimenta de sus propias heces.
Es el
momento justo para el Panorama informativo de las 14.
<<Últimos
anuncios de la coalición de gobierno patrio:
Ante la
situación desesperante que le toca afrontar a los emplaces más débiles de nuestra
sociedad, el gobierno central ha decidido, en conjunto con los gobiernos
provinciales y de la ciudad autónoma, suspender el pago obligatorio del
impuesto a la circulación hasta nuevo aviso, cuando podrá regularizarse
mediante una moratoria con intereses similares a los del índice de inflación
brindado por el Ente Nacional de Estadísticas.
En otro
orden, las unidades de transporte abandonadas por las empresas en quiebra serán
confiscadas para su uso como viviendas sustitutas de las familias más carenciadas,
mientras que los semi-remolques podrán ser utilizados por la policía como
celdas de emergencia.
Se comunica a
los partícipes del acampe en los parques Avellaneda, Saavedra y Sarmiento que,
a partir de las 0 hs del lunes se dispondrá su traslado por fuerzas de la
milicia al sector 8 de los bosques de Palermo, que ya ha sido acondicionado con
unidades sustentables de higiene y aprovisionamiento. El predio cercado del
sector no podrá ser abandonado bajo ningún concepto, so pena de reclusión en las
unidades 5, 6 y 7 de recuperación de Suspendidos.>>
Asqueado, cambio a otra
estación, vecina:
––Ahora ¿Quiénes son los que
forman este grupo extremista que se hace llamar El Pueblo? Solo sabemos que
atacan en cualquier lugar y a cualquier hora, que sus víctimas no son solo
personas consideradas por la gran mayoría un lastre o un riesgo para la
sociedad, sino también personas comunes que, supuestamente, han sido
denunciadas en esta red social que es exclusiva de la telefonía celular llamada
Ene Doble Uve O, con origen en la dark web y de distribución masiva. Cualquier
mensaje de alarma con un adjunto oculto de NWO, hace que este software se
instale automáticamente al primer reenvío, asociándose a recursos vitales del
teléfono que impiden su eliminación. Aparentemente, estos grupos de mensajería
servirían principalmente para enviar señales sobre el avisaje y la locación de
estas personas “nocivas” para la sociedad, y aquellos miembros en cercanía
harían justicia para El Pueblo. Se ha intentado declarar ilegal el uso de este
nuevo software gratuito de mensajería no rastreable, pero la Suprema Corte ha
declarado inconstitucional el veto de su manejo. Tampoco se ha creado algún
programa que lo bloquee o que sea capaz de…
(NWO… ¿New
World Order?)
Apago la
radio. Vieja
amiga ¿Qué te han hecho? Me sirvo
café y voy al living. Vamos a terminar con esto. El mundo se las supo arreglar
muy bien sin mí por demasiado tiempo, no me va a extrañar por un rato más.
Me siento frente al monitor, y
una cámara ambulante, aparentemente al hombro (¿de cinta analógica?, ¡qué
tanque de guerra!) avanza en línea recta, cabeceando, por la vereda de una
avenida que se me hace conocida… sí, es Lacroze, y va a cruzar Álvarez Thomas.
Hace poco hice ese recorrido, desde Chacarita hasta Barrancas; más o menos unos
25 o 30’ y en una siesta como la de este video, nublada, lloviznosa; uf, espero que no me haya copiado. La
cámara panea a veces hacia el frente, otras hacia arriba, muy poco al piso; ve
a ambos lados al cruzar. No se apure, bucanero, que no es ese armatoste
antediluviano que usted cree.Debe haber sido una cámara bastante moderna, tal
vez adosada a una gorra como esa que usted usa con frecuencia y que va a
dejarlo, según palabras de su padre, calvo. ¿Por qué grabar en una unidad de
cinta, entonces? Pequeños cortes aligeran la recorrida y no afectan a la
continuidad. Cortar para hacer fundidos o solapados no tiene sentido alguno.
Casi puedo decir que es una edición en vivo, que está bien lograda. Lenguaje
post MTV. En cierta forma es interesante poder ver todo desde afuera, uno presta otro tipo de atención. Ya
cruzamos Cabildo en 17’, así que aproximadamente en 15 estará completo el
recorrido (si es tal como lo imagino). ¡Sep! Ya estamos en Barrancas, y la
cámara se detiene en una parada de varias líneas, graba un instante más, otro
empalme en vivo y ya está dentro de un bondi, por lo que aprecio, bajando por
Corrientes (o eso parece). Es así, ahora toma Drago hasta parque Centenario…
¡es el 65! Corte a otra avenida, La Plata… luego será Caseros, hasta
Constitución. Pero ahí se termina la cinta, también el AVI. Genial, lindo
paseo, nada para hacer. Si es todo así, termino hoy antes de la cena.
(Pero es tu caminata…)
Sí, ¿y?
La siguiente es otra recorrida a
pie. Esta comienza al extremo sur de Costanera y la recorre en toda su
extensión (también hice ese paseo).Pero, a diferencia del anterior, este es un
circuito muy común a demasiada gente. El día es diáfano y parece no haber una
sola nube en el cielo. Si repite mi ruta completa ––algo desde ya imposible–– ya es demasiada
coincidencia. Pero, al final del camino, toma hacia la izquierda, cruza el
puente giratorio, la avenida, el parque San Martín, Arroyo (dios mío), sube por Alvear, baja en
picada hasta Posadas, llega hasta el Ombú… pongo pausa: o es una broma de muy
mal gusto o alguien me estuvo siguiendo. De ser así ¿por qué no me veo? ¿O esta
continuación es una recorrida habitual? ¿Tan predecible soy? Quito la pausa. El
cue ya marca 40’. En esta grabación
no hay cortes. Cruzamos la plaza, bordeamos el cementerio, salimos a Las Heras.
Ya me siento desandando mis propios pasos. Subimos hasta Coronel Díaz (sí, sí), Santa Fe, Scalabrini Ortiz, fin. Juro que no entiendo. Pero ya me
asaltan nuevamente esas sobreimpresiones que casi me enloquecen hace muy, muy
poco.
Paro un instante y voy por otro
café. Siendo viernes y ya media tarde, podría permitirme otro tipo de bebida,
pero necesito terminar con esto y decidir seriamente qué hacer luego. Ahora
estoy abrumado, confundido, muy tenso.
Con el café se va la tarde. Ya
pasó el día más corto del año, pero aún no se nota un retardo en la llegada de
la noche. Vuelve la cefalea de hace poco y veo placas y placas de realidad
sobreimpresa. Recuerdo el templo bizantino que encontré anoche a la partida de
Fabiana. Volvamos ya al trabajo. Oblivion.
Entonces:
... la iglesia o catedral parece
estar ubicada sobre un terreno elevado que baja hacia una avenida. La toma está
hecha desde enfrente (¿no era en diagonal?), contrapicado, tal vez desde un
barranco, y la lente parece una ultra 25 mm, algo que le da un aspecto
amenazante y colosal que seguramente no tiene en la realidad. También permite
ver el movimiento en la avenida, que es casi nulo. Las puertas ––una enorme de
dos hojas, dos más pequeñas a sus lados–– están cerradas. El día parece
encontrarse al atardecer, pero bien podría ser su opuesto (el sol no baña la
calle). Ahora la avenida está desierta. ¿Cómo lo sé? No hay tráfico que se
interponga entre la cámara y su objetivo, luego, a pesar de la toma desde abajo, solo
un coche de fórmula y en el carril opuesto podría pasar sin ser advertido por
la lente. Comienzo a ponerme ansioso, entonces duplico la velocidad de
reproducción. Ya van casi 8’ de imagen. No puedo distraerme, me pagan por esto.
Entonces a los 9’21” ocurre algo: una sombra cruza veloz ante la cámara. Pauso,
vuelvo unos pasos y, efectivamente, es un auto que corta el plano por un
instante. Se lo ve movido, borroso (¿por qué pierdo el tiempo en esto?) Busco
con pasos de milisegundo un solo plano más nítido… estas cintas registraban PAL
y NT, o sea que uno de esos 25 o 30 cuadros tiene que verse claro… ¡Ahí está! Y
es un viejo Peugeot 504 modelo ’77 o ’78 y el que va al volante es sospechosamente
parecido… ¿a mí? Capturo la pantalla y guardo la imagen en mi escritorio para
un pronto estudio. Me repito que esa iglesia (¿bizantina? Comienzo a dudarlo)
me resulta familiar. E insisto en llamarla catedral. Vamos a Photoshop.
Aunque la limpieza de la captura se empeñe en mostrarme esa instantánea borrosa de mí, quiero convencerme de que hay (¡tiene que haber!) un error de apreciación. Por eso, apelo a un truco viejísimo: agregar ruido a la imagen, para luego verla a distancia. Porque así funciona: si ves algo muy de cerca tal vez solo identifiques puntos. Y sé que voy a tener una sola oportunidad antes de que mi vista empiece a engañarme. Y que voy a tener que confiar en lo que mis ojos vean.
Add noise, zoom out full.
Despierto vestido, transpirado,
en mi cama. Gosha ronca a mis pies ¿Qué pasó? Intento recapitular sobre lo
ocurrido pero no encuentro asidero para abordarlo. No sé qué hora es, pero mi
celular sí, y son las 5:45 am. No sé cómo llegué a dormirme de esta forma, no
tengo resaca, es inexplicable. Trato de recordar qué hice la noche anterior…
tic-tac-tic-tac-tic-tac... nada de nada. Estoy en blanco. Pero, una vez más, el
sueño me ha dicho adiós. Me levanto, me visto, voy al baño y luego al living.
Todo está en orden, no hay señales que me indiquen haber mordido la banquina.
Pero siento mucha hambre, es signo de que no cené ¿me habré descompensado?
Sería la primera vez. En otro de mis automatismos, voy a encender la máquina,
pero no hace falta. En el escritorio hay una nota urgente, obviamente escrita
por mí ¿Quién más? El asunto reza: Vos
sabrás qué hacer.
Esto no es una cefalea, no hay atisbo
de dolor. Pero es una presión indescriptible que siento sobre mí. Desde que
procesé esa captura en Photoshop para descubrir que el carácter al volante
efectivamente soy yo, me siento un dique que está por ceder. Llegué al punto de
creer que la cámara en las dos grabaciones previas estaba en mi poder, aunque
eso haya sido humanamente imposible. Entonces ¿será esa cámara que instalada en
mi cerebro dispara a intervalos regulares instantáneas de lo que estoy viendo
en presente junto a una punzada en mis sienes? Tengo miedo. Las imágenes se
embeben con el paisaje de manera tal que se produce una superposición
infinitesimal de dos capas de la misma realidad, y las sensaciones se dan con
tanta frecuencia que temo que algo vaya a brotar de cualquier lado ––un mueble,
la ventana, la pantalla, mis tripas–– para apoderarse de este plano, y que mi
yo actual vaya a quedar atrapado en una subexposición. La cefalea se derrama
desde mis nervios ópticos a mis miembros en una sensación de parálisis y
hormigueo, voy de un extremo del cuarto al otro con mis ojos, y al menos tres
imágenes, idénticas a lo que veo pero (acá
falta algo, debo haberlo borrado) se
superponen; de pronto se hace la luz: esa iglesia es la de mi sueño, y en mi
sueño yo pasaba por delante con el auto que había sido de mi padre… ¡Por favor!
**
A los responsables de las cintas
Lamento comunicarles que por razones
estrictamente personales, no voy a continuar con la edición. Les hago llegar
todo lo re codificado en estos DVD
No sirve. No va. Remaldita sea
¿Me cagan la vida y yo encima me muestro pusilánime? A ver:
A los dueños de las cintas
Espero que se hayan divertido de lo
lindo a mis expensas. Les devuelvo el valor de la entrada a mi tragicomedia,
pero sepan que no habrá segundo acto
Tampoco
¡Mierda! Después de todo ¿esa guita no es bien tuya? No les des un mango de
vuelta ni les mandes nada de lo que trabajaste. Borralo, eliminá
definitivamente toda traza de tus discos duros (sí, ya sé, tengo el software para hacerlo limpiamente) y a otra
cosa mariposa; no saben dónde vivís.
(Tienen tu número de teléfono.)
Sí ¿Y
qué? Ni siquiera uso el GPS.
Es
parte de la maldición. La maldición no está escrita ni observa leyes a cumplir;
se reinventa a cada paso. Puedo hacer todo bien, no desviarme un solo milímetro
del eje, que va a encargarse de que ese eje se desvanezca, que yo no sea capaz
de verlo o, sencillamente, hacer que nunca haya existido. Puedo negarme a todo
lo que haya dejado a mi alcance buscando que me descarrile y aun así, de alguna
manera, va a obligarme a pisar el palito otra vez. Tal vez su facultad más
envidiable sea la autoridad para hacer que todo salga a su gusto y consonancia.
Invariablemente. Sus trucos son siempre nuevos, y solo se llama a bastidores
para invitar a escena a mi ilusión de voluntad. Después va a inmolarla ante mí.
Ahora presenta su nueva obra maestra: la realidad por superposición (de capas).
Listo:
lo dije.
Definitivamente
no pienso escribirles ni hacerles llegar su material.Que se busquen otra
víctima. Subsistí hasta hoy sin ellos y puedo seguir haciéndolo. Además ¿qué
pensabas, que iba a ser eterno? Andá a saber cuánto más te habrían dado para
seguir haciendo experimentos o vaya uno a saber qué cosas. No creo que esto
fuera a durar mucho más. En verdad, si hago a un lado a mi ira: es admirable
que me hayan guiado, vaya uno a saber cómo, hasta su puerta; porque eso estuvo
armado solo para mí, ¿no? ¿Por qué yo? ¿Qué hice para que me elijan? ¿Qué clase
de investigación es esa? ¿Un estudio de conducta? Basta. Y si siguen mis paramnesias… es sábado, macho: permiso
concedido para abortar misión. Cuento con un extra de dinero no habitual para
los tiempos que corren, es momento de hacerlo valer. Vamos a vivir el fin de
semana, et sans soucis.[4]
––Dale, al viejo estilo…
––Será
otra vez. Hoy es la tarde de peluquería de los nenes.
––¿Y
no los puede llevar Pato?
––Ya
arregló una mateada con sus amigas.
––Bueno…
––¿Y?
¿Qué me decís?
––Es
que estamos con Marcela…
––Sí:
están toda la semana juntos ¿No se te pasó el enconche?
––Estamos
empezando la tercera temporada de Máscaras de Papel.
––¡Encima
me rebotás por una novela gallega!
––No
es una novela, es una serie…
––…
como en las buenas épocas.
––¿Sabés
qué pasa? Si no ensayamos hoy mañana no engancho a nadie. Y en la semana es
imposible.
––Bueno.
En una de esas te llamo a la noche. Vos tenés auto.
––Es
que vamos a ver a una banda amiga...
––Meta.
Nada
de nada. Entre mis amigos y un erial no existe diferencia alguna. Bueno, sí: el
erial desafía y jamás cuestiona. Pienso en alguna amiga, esa con la que no se
finge nunca y es buena compañera. Pero es que una ya está casada y en su papel
de madre, la otra en los preliminares
¿Viste?
(Qué: ¿ahora me vas a sermonear?)
En una
parrilla al paso a unas 18 cuadras de casa y que aún hoy sobrevive gracias a
viejos tacheros que siguen yirando en automático, devoro un sándwich de vacío
con medio litro de tinto de la casa. Es hora de la siesta, pero me digo que
algo debo hacer. Nunca me moví bien por compromiso. Mis caminatas siempre son
espontáneas. Y por cierto, no me entusiasma entrar a un cine para ver cualquier
basura de cartel rodeado de imbéciles. (Los cines de culto han desaparecido,
pero no ahora, hace ya mucho tiempo. Tampoco fueron gran cosa, pero ante la
oferta general...) Me vuelvo a casa silbando bajito, buscando algún almacén de
barrio superviviente donde comprar algo de combustible extra. A media cuadra,
entre dos cortadas, veo cajones de madera en la vereda. Me acerco y sí, es un
mercadito. Pequeño, de garaje, como dios manda. Lo atiende un matrimonio joven,
ahí por los cuarenta. Hago charla.
––Trabajamos
para los vecinos, los que conocemos, abrir hoy es a suerte o verdad, pero algo hay que hacer.
––¿Están
todo el día?
––No,
no, hasta el mediodía y un par de horas por la tarde. A la siesta está todo muerto. Hoy es la excepción del sábado.
Domingo solo a la mañana. Pero, como ves, pasa muy poco.
––¿Tuvieron
algún problema?
––Mirá, la gente está muy rara. El otro
día una vecina nos dijo que los de la cortada estaban actuando raro. La vieja
duerme poco, y nos contó que a media madrugada la distrajo un movimiento en la
calle, y resulta que eran los muchachos del caserón de a media cuadra, que a
esa hora los pasa a buscar otra gente con palos y botellas y vaya una a saber
qué más... y salen en patota. Qué hacen, ni
idea. Pero no creo que sea nada
bueno.
Camino
de mi departamento me siento Vincent Price o Charlton Heston en sus versiones
cinematográficas del libro Soy Leyenda: “En
aquellos días nublados Robert Neville no podía saber cuándo se ponía el sol”.
Un buen libro que dio patada libre para una media docena de películas. Y un
semi-remolque de derivados. Debería hacer una lista y colgarla en la pared.
Sí. Yo
también hablo solo.
Mientras
tanto, la calle transmite esa sensación de siesta
de invierno en pueblo chico que parece contener la estampida de un trueno.
El cielo, nublado y ciego, es la marquesina perfecta para este teatro al aire
libre. Hoy una obra de actores tácitos y líneas mudas, sobreentendidas. Me
detengo a medio camino entre cuatro esquinas, equidistante, al centro de la
cruz. Cierro los ojos y escucho.Nada ¿Es que las casas están vacías? Hay
situaciones en esta urbanidad de primer cuarto de siglo que, de solo prestarles
atención, inquietan. Pienso en El Pueblo. En este momento soy una víctima
perfecta para ellos, un negro en la nieve. Sin embargo sé que la maldición opera solo a domicilio y
sobre formas generalmente banales. Tortura pero no mata. Tal vez sea que fui
protegido por el que llamo mi Ángel Guardián ante tantas posibles fatalidades
solo en orden de mantener ese delicado y misterioso equilibrio... con sus costas, por supuesto. En aquella
caída por las escaleras en Caracas salvé mi vida inexplicablemente, pero perdí
para siempre la motricidad en mi mano izquierda; el desplome por la ladera de
esa sierra hasta el freno contra un árbol me dejó con la mandíbula en posición
cero, y el auto que me arrolló en una excursión de ciclista me bendijo con
quemaduras por fricción, que se harán presentes y a modo de manchas, de seguir
yo vivo, cuando los años pesen. La broma no escrita es te está preparando para lo bueno. Bien. Hasta que llegue haremos equilibrio. Tal y como en este
cruce. Pero no tiento a la maldición, no
señor, solo estoy explorando. Y, de ser válido, a su tiempo daré
testimonio. Si aún estoy a mis anchas es porque a nadie va a importarle alguien
que, en alguna forma, no le sea (o no pueda llegarle a ser) útil. O un estorbo.
(¿Ves?
Seguís contando.)
Por
suerte, hablo y grito, pregunto, respondo e insulto apenas despegando los
labios. Sé que alguien o algunos me observan desde el anonimato de una persiana
semi-baja o una cortina entreabierta. No sé quiénes son ni qué piensan. Por
eso, manos en los bolsillos, vuelvo a marchar.
Ahora
lento, perezoso, cruzo el parque.
No
hace tanto tiempo rebalsaba de gente ejercitándose, paseando, descansando,
merendando. Aceitándose.[5] Hoy
somos solo unos pocos, y hasta el sol se muestra desconfiado. Ahí están los
viejos Dumb-O y Fido Dildo: dos viejos perros de la calle que, cansados de
husmear, gruñirle a alguna bici y mear las patas de los bancos, ahora duermen.
Veo a ese chico solo qu juega mientras la madre envía mensajes con su celular.
Se me hace un nudo en la garganta y se me nublan los ojos.Pero de inmediato
pienso en que pronto se vendrá grande, tendrá su celular, y será él quién desatienda a su entorno enfrascado en
esa forma distópica de eterna conexión virtual.Luego se volverá mayor, tal vez
como mi vecino de arriba, que es incapaz de hablar sin rebuznar.(Debo mirar a
otro lado.) Algunos puestos de ropa usada, canjes varios y artesanías, desafían
a la siesta gris en el atardecer del mundo. Un puesto del gobierno local, cedido
a la Empresa Única de Servicios Eléctricos (EUSEBA) ofrece paquetes de watts
con descuento de fin de semana, y un matrimonio adulto se arriesga a una
sanción municipal, mientras expone a la venta sendos cajones de pollos frescos,
seguramente de su granja.
El
parque aún no es un pastizal, pero va a serlo. Y, de seguir cerrada, la
calesita va a pasar a la categoría de chatarra en un futuro cercano. Mucho
depende de nosotros. Me importa un pepino que la gente se encierre a ver
señales de noticias, latas de refritos o a chatear. El instinto gregario ––si
es que eso existe–– ha dado un tumbo drástico. La incapacidad de la mayoría
para sobrellevar vivos y libres su sino ha hallado consuelo en esa perversión
de lo útil llamada redes sociales. Solo así consiguen soportarse. Apenas. Que
la seguridad sea solo anti saqueos, que Los Patrullas sean un grupo de vándalos
más, que el entretenimiento sea la panacea de unos pocos y que las cercas
eléctricas estén cada vez menos disimuladas, todo eso me resbala. Pero el enajenamiento,
la falta de contacto incluso con el entorno, una pareja compartiendo un
mismo banco y ni una palabra entre ellos, solo sus ojos fijos en las pantallas.
Perola virtualidad no es un invento de hoy, ni es privativa de un segmento
etario. Vaya todo mi descrédito ante la infinita superficialidad y vana cultura
de esos (¿auto?) proclamados Millenials, que solo pueden exhibir el dudoso
orgullo de aparentar brillantemente desigualdad diametral con sus padres (¡qué
creativos!), ignorando que muy pronto también ellos serán las nulidades que el
sistema pretende que sean y que tal vez hagan la transición mucho más rápido
que como lo hicimos (algunos de) nosotros. Hace muy poco, charcos y lagos y
ríos de jóvenes perfectos y sabiamente moldeados, impersonales hasta el hastío,
desbordaban por todas partes; creo que una pareja bien podría haber entrado a
un lugar cualquiera, para luego salir ambos en compañía de algún otro, sin
notarse siquiera la sustitución, ni para nosotros ni para ellos mismos. ¿Hacen
sus cosas en verdad o es solo mímica? De serlo, se extiende e imita más que
bien a la hoy tan deshonrada inteligencia. Aunque, y esto es así, solo puedan
engañar a los que desearían ser de su clase. Y ya irá siendo la hora de asumir
que el abismo es insalvable. Pienso en todo esto con mucha pena; mi ira es para
con los culpables, los forjadores, los nuestros,los que hacen que todo
ocurra, aunque no lo quieras, en un sitio al norte del Riachuelo y al sur de
Palermo, aunque la peste se extienda más, mucho más allá. Y si lo hace es
porque ha encontrado al huésped perfecto. Esa debe ser la verdadera venganza
del dios remunerativo cuando se siente defraudado. Y eso ¿desde cuánto tiempo
atrás?No me vengas con fábulas sobre el
infierno.
La
humedad casi bruma se espesa al punto de hacerse llovizna, pero aún no moja.
Ahora fijo las imágenes más claramente. Los contados autos que circulan parecen
caer por el tobogán de la avenida y ninguno respeta las señales de tránsito. No
es necesario. Los sistemas de control automáticos han sido barridos de sus puestos, al tiempo que las obsoletas cámaras de
monitoreo urbano ya no pueden contar ninguna historia. ¿Quiénes se encargaron
de vandalizar la robótica de la imputación? No lo sabemos ¿Sesabe? Posiblemente. Aún siguen enviando alguno que otro inspector
a la vieja usanza. Pero estos, precavidos, se mantienen todo el tiempo al
margen y en el terreno de lo invisible, esperando por que finalicen sus turnos,
preparados a cobrar por su abstinencia.
Ya
llego a un cruce de avenidas, y es milagroso que hoy todavía no haya ocurrido
el choque nuestro de cada ¿hora? Un peu exagéré.
Tampoco ocurren a intervalos regulares, pero nos encantan las estadísticas, promediar. Zanjemos en 6 a 8
accidentes diarios, contando que desde la caída a la salida del sol el tránsito
es casi nulo. Es que hoy, toda esquina amplia y riesgosa que invita a la
prudencia, también llama al ladrón. Como esos dos de allá, esperando que algún
auto se detenga. No me preocupo, están solo por eso. Igual hace mucho que no cargo
en la calle ni con mi celular, y por mis pilchas o una billetera magra nadie va
a arriesgarse a que esté armado. Por cierto, no lo estoy. Pero no se lo digan a
nadie.
Tres
cuadras al frente la avenida hace una parábola que cambia su dirección en unos
10º al Este. La llovizna ya humedeció el pavimento. Me desvío una cuadra al
norte y luego doblo en mi antigua dirección. Es que todos parecen acelerar
adrede para encarar esa curva como si estuviesen clasificando en un circuito, y
yo no creo que hoy calcen cubiertas slick. Una cuadra y es, nuevamente, barrio
adentro, y barrio adentro pienso con más claridad.
Me viene a la mente Yayita. Yayita
es mi sobrina. En realidad es hija de una prima, pero soy como un tío para
ella. O lo era, ya no lo sé. Hace un tiempo quese percibe hombre. Un día
me llamó solo para contármelo. Le pregunté cuál era la diferencia y me dijo que
ahora podría hacer cosas que antes la avergonzaban. Le pregunté por qué antes
la avergonzaban. Me respondió que porque la habían educado para que así fuera.
Entonces le dije que era momento de reeducarse, y que a sus dieciocho años
tenía por delante toda una vida para amigarse con su inclinación. Y buscar una
chica que la quiera. Ahí me dijo es que
tengo novio y voy a seguir con él porque está todo bien. Y no me gustan las
chicas. Eludí hábilmente la broma sobre homosexualidad transgenérica que
venía desbocada a toparme y cambié sutilmente el tema. Ahora Yayita vive sola
en un mono-ambiente en la terraza de un viejo edificio de 3 pisos en Núñez.
Para verla, hoy tendría que someterme a la vejación de un transporte público y,
como un mal menor, viajar emulando a una res. O pagar un remís hasta lo
admisible y caminar el resto. Todo eso porque pienso que fui un personaje
humano en su historia. Su padre ausente se había opacado muy pronto, y mi
prima… ay primita, sé que tenés buen corazón, pero a veces con eso solo no
alcanza. Fue así que me gané el título de tío, siendo apenas un intruso en el
sueño de otro. Hoy, cuando Yayita arma su mantel de artesanías y se expone a
los chicos que la acosan y que solo la quieren llevar a la cama sé que está
bien protegida, porque es sumamente precavida, derrama seguridad y está
enamorada. Y es que es muy bonita, con sus rulos negros y su piel tan blanca.
Como Lizzy Caplan, la actriz. Lo demás es muy secundario. Yo me autopercibo
buzo, astronauta y piloto de F1. La voy
a llamar. Pronto.
¿Mosquitos
en invierno? El martes eran las hormigas. En mi departamento las polillas
siguen procreando al infinito. ¿Es que mater
natura también ha enloquecido?
En fin…
Tal
vez ahora alcance el nivel de humor necesario para esa entrevista eternamente
postergada y me reencuentre con los muchachos.Es que esa nota pendiente sobre
lo que fuera Banda del Vacho (yo en mi papel de el virtuoso lisiado) nunca llegó a olerme del todo bien. Pero si
Max Schmeling fue el marido de Anny Ondra y vivió más de 90 años... hagámoslo.
Saco
las llaves para entrar al edificio (El
hombre no nació para vivir estibado) y veo entre todas aquella pequeñita,
la de mi buzón; ¿cuánto hace que no chequeo mi correspondencia? Desde los
últimos vencimientos. Veamos. Hay un sobre blanco, A4, a mi nombre. Mi nombre
de bucanero. Respiro hondo y remonto
la escalera.
**
La
caminata que termino de dar aparece registrada en el primer DVD. Desde mi punto
de vista. Soy yo quien mira y graba.
Solo restan mis pensamientos plasmados en la pista de audio. Pero, como en casi
todos los videos, el track está en blanco. Vuelvo a la nota que había en el
sobre y que dejé sobre la mesa:
No esperábamos que fuera a reaccionar de una
manera tan emocional e irreflexiva. En cierta forma nos decepciona, pero es
algo que figuraba en nuestra lista de posibles reacciones. Si presta cierta
atención a las últimas filmaciones que le hemos enviado, tal vez pueda darse
cuenta de que no somos sus enemigos y que podemos serle de mucha utilidad,
tanto como usted a nosotros. Como podrá ver, nuestra obra no es altruista o
desinteresada, pero, de momento, no podemos decirle nada más. Ya habrá
encontrado el dinero adjunto a esta nota. Es suyo. Por supuesto que no es
necesaria edición alguna: nuestro único interés es que vea las cintas. Pero
suponemos que ya se habrá dado cuenta de eso.
Contamos con usted. Cuente con nosotros.
(¿Qué son? ¿Una compañía de seguros?)
La
verdad es que no estoy para bromas.
(¡Perdone usted!)
Mi
primera reacción fue la de destruir todo, esfumarlo, incinerarlo, pero de
inmediato tuve la seguridad de que volvería a aparecer, igual que en alguna
trillada historia de Stephen King. Quedaba hacer una denuncia, pero ¿denunciar
qué? ¿Y ante quiénes? Estoy atrapado. Tal vez si sigo viendo uno a uno los
videos pueda descular algo, pero lo dudo.
(Cuatro ojos ven más que dos.)
Ni pienso en que es sábado a la
noche ni que es la hora de la cena. Fabi, la inevitable víctima de mi llamada,
nota mi turbación y me promete pasar el domingo por la tarde, luego de
almorzar. Ni sé si le doy las gracias. Abro una de las botellas de vino y me
instalo en mi butaca. Inserto otro DVD. Los archivos son inmensos, muy pesados.
Ya no copio, solo veo. Y me siento Malcolm McDowell en La Naranja Mecánica.
Veo un
plano fijo, amplio, picado sobre un ambiente a oscuras, octogonal; mismo tipo
de cámara, misma relación de aspecto. A la derecha se observa un mirador de
tres hojas, parece de madera, cada una de las ventanas laterales se conforma de
doce cuadrados de vidrio, mientras que la frontal lo hace con 36 y ocupa tres
de las caras de ese octógono asimétrico ––cuatro paredes y cuatro ochavas––. El
piso al centro parece ser una depresión y lo rodean tres sillones, dejando
libre la cara a la ventana. Estos sillones son algo más claros y en la
oscuridad se dibuja borrosa una figura de frente a la calle, al centro de la
habitación. A la izquierda, solo una vez, se abre y cierra lo que parece ser la
puerta de un ascensor. Por un momento, la luz baña el cuarto con pereza; la
silueta ha desaparecido o la penumbra me engañó. Corte abrupto a un paneo
vertical lento del frente de un edificio. La toma baja desde un primer enfoque
de lo que parece ser la ventana a la calle de esa habitación. Deduzco que la
persiana baja a la izquierda corresponde a un dormitorio, y que la ventana
corrediza a la derecha es la cocina. Debajo de ese piso, la estructura del
edificio se muestra inacabada. Otra plataforma más, absolutamente vacía y
pareciera que sin escaleras, y luego la planta baja. Una muchedumbre se agolpa
frente a lo que imagino (no se ve)como la puerta de entrada. No circulan
vehículos por la calle. Nuevo corte a la habitación. Ahora la silueta se hace
distinguible, no así algún rasgo propio.Parece ser un hombre. Sí. Se dirige a
la cámara, se alza sobre el otro sillón y la retira de su… ¿soporte? (Confieso
que todo mi vello está erizado.) Ahora el plano es normal, cámara al hombro, y
recorre con un paneo de 360º toda la habitación, para detenerse frente a la
puerta (que, efectivamente, parece ser la de un ascensor). Esta se abre a una
velocidad imposible y una luz cegadora quema la imagen. No sé por cuánto tiempo
permanece congelado ese plano. Congelado
no es una expresión feliz, porque ese blanco total se parece a un fragmento
aislado del sol. De a poco, se van recortando muy desenfocadas una decena de
siluetas… antropomorfas. Es lo que puedo decir. Cuando por fin la luz se va
atenuando, la grabación se corta dando paso a ruido blanco. Es extraño, pero el
cue en mi reproductor marca que aún
restan más de 20'. Hago un avance rápido pero el archivo termina mucho antes de
ese tiempo y sin sobresaltos. Alguna vez ya me ocurrió algo similar. Desconozco
a qué se debe ese error técnico.
Aunque
no haya anotado el tiempo exacto ––y precisamente porque ya no es mi tarea––
recuerdo cada segundo de ese símil cortometraje de estudiante. Y siento que es
algo que ya había visto. Me pregunto si el ruido blanco es adrede. Nevermind.
Termino mi primera copa de vino. El vino es terapéutico, mi ansiedad casi ha
desaparecido. Por curioso, voy a mi carpeta de apuntes y busco entre mis
sueños. No, pero podría haber jurado…
no. Es el único AVI del DVD.
Antes de cambiarlo por uno nuevo, me decido a diseccionar su contenido con el
MKV merge.
Este software, ideado para otra utilidad, permite ver cómo está compuesto un
video, hacer su autopsia: pista de imagen, de audio, de texto, con la
información al detalle de cada una. (Por ejemplo, en una película con dos
idiomas, vamos a encontrarnos con dos id de audio.) Oh, oh: hay más de una
pista de video. Inaudito.Las exporto de manera individual y termino con tres
videos diferentes. Pero cuando los reproduzco no obtengo imagen. No entiendo,
juro que no entiendo ¿Solo crean un cuadro superpuestas, algún tipo de offset? Que yo sepa es imposible, pero
tampoco estudié sobre el tema, bien puede ser algo que desconozca. Solo
descubro el por qué del peso inusitado de los AVI, y no es precisamente por su
alcurnia.
Pongo
otro disco. Ahora es una toma en movimiento y por la calle, avanza con lo que
parece ser una moto. Tampoco tiene audio. Otro lugar que reconozco, de la vida real: es la avenida que me lleva al
mercado. La lente vuelve a estar ubicada a lo que estimo es la altura normal de
una cabeza, y se mueve con naturalidad, eventualmente a los costados,
normalmente hacia el frente. De pronto afloja la marcha y se enfoca en una
mujer, parada en la esquina, con los brazos colgando y sobre una mancha que
asemeja a un charco. La mujer le devuelve la mirada, y cierra y abre sus ojos
lentamente en lo que parece un gesto de entendimiento. Por supuesto, por
detrás de la mujer pasa un muchacho de jeans, campera de cuero y botas (que soy
yo), mira a la mujer, a la cámara y agacha la cabeza con gesto triste (¿así me muevo?). Ahora el foco vuelve a
ser la calle, y avanza en dirección al mercado. Una vez ahí veo que una mano
enguantada se desprende de la cámara y apoya una bici (luego no era una moto)
que parece haber sido de competición junto a un árbol, traba el volante y ya el
plano se dirige hacia adentro abriéndose paso, haciendo caso omiso de alguna
protesta, algún reproche aislado. Llega hasta el puesto de carnes y apunta
fijamente al carnicero. Este empuña el punzón afilador ––la chaira–– y rodea corriendo el mostrador.
La cámara retrocede, gira, la imagen se hace movida (no puedo distinguir algo)
hasta que cae y se petrifica, de lado. Por un instante siento una angustia
atroz, pero luego comprendo que solo ha caído la cámara; eso cuando un grupo de
personas pasan por encima y se abalanzan en dirección a una chica rubia y
pelicorta que escapa en bicicleta. Ahí termina la secuencia. Por supuesto que
yo había sido testigo de esa huída en vivo y en directo, solo que ahora
descubro que en su chal había oculta una cámara que imagino de nueva
generación, muy pequeña. Y un dato más para mí es la grabación remota, tal vez
hecha desde algún lugar distante, o algún móvil cercano.
Siento
que esta noche por más que beba no voy a conseguir levantar una pared que me
separe de mis miserias, así que decido estirarme hasta que el cansancio me
venza.
A mi
teléfono está llamando un número desconocido. Lo veo solo por su luz, porque lo
tengo seteado en No Molestar. Por
supuesto, no respondo. Un momento después se anuncia un mensaje en Whatsapp. Es
del mismo número y no tiene imagen de perfil:
Hola Román
El lunes tengo que alcanzarte
otro sobre con videos
Necesito hablar con vos
No estoy más con ellos
Pero todavía no lo saben
Eli
Agendame!
J
Si
algo me hacía falta para invitarme a bailar el pogo de San Vito era un personaje nuevo en esta pesadilla digna de
un ingeniero en sueños. (Humano,
terrestre, benigno, lyncheano.) ¿Quién es esta Eli? Es obvio que el número
de mi teléfono lo sacó de los Juan Pérez… esperá,
no tengo imagen porque no está en mis contactos. A ver… ahí está. Ahora ya veo
la imagen de una chica muy rubia, de cabello cortísimo y con el cuello más
esbelto de toda la creación. Sí, es muy bella. Al menos eso. Bueno, vamos por
otro video. Vacío el sobre y sale un último disco. Lo cargo, echo otro trago y
arranca. Recuerdo que en mis máquinas el autoplay
siempre está desactivado, así que ningún
disco puede arrancar por su cuenta... pero eso ya no me importa. Ahora la
cámara apunta a una cama, desde los pies y a la altura de la cintura. Es un
plano neutro. Una mujer entra en cuadro y se sienta cruzada de piernas contra
el respaldar, esa posición que llamamos del Loto. No hace absolutamente nada.
Solo mira a cámara. Siento que la conozco. Sí, pero… (¿no es la mina del mensaje?) Pauso la reproducción y amplío el
avatar del perfil. Es ella. Y la imagen está tomada de ese mismísimo plano. Ah, no… pero algo me llama aún más la
atención; la imagen está pausada (sí ¿ves?), sin embargo ya la vi parpadear
dos veces… (no estás en tus trece; se
volaron los patitos; te echaron algunos jugadores). Ni siquiera apago la
máquina. La cierro de un manotazo (otra
cosa más en suspensión), apago el celular y me voy a la cama. Sí, por
supuesto, con mi botella, como corresponde.
El plano es casi el mismo, solo que acá
se aprecia una silueta a un costado, muy al margen; creo que soy yo. Es un
plano dorsal. Pero las dimensiones en un sueño son demasiado permisivas. Ella
está en la misma posición del video que estuve viendo, pero ahora fuma. Estamos
hablando. Ella se ríe. Extiendo mi mano y me pasa su pucho. En efecto: that’s me!
Saca una fotografía de debajo de su almohada y me la extiende: es ella junto a
su bicicleta, y en su mano hay un trofeo. "Así que sos ciclista
profesional.""Llegué a competir pero nunca fuera del circuito
amateur. Todos somos amateurs." Luego me pregunta si sé hacer una
omelette. Le contesto que por supuesto, y también que lo aprendí de mi primera
mujer. Asiente y pasea sus ojos por el lugar, dice: "Me gusta". Como
sé que estoy soñando le contesto que a mí no, pero cuando miro en derredor solo
veo lo que la cámara enfoca, y a mí a un costado y en penumbras, echando un
vistazo. Me pregunta para qué quiero la cámara y me advierte que no se va a
prestar a nada mientras esté encendida (¡Qué sueño caprichoso!) Le explico que
la cámara no es mía, pero que trabajo para un grupo de investigación y que son
ellos quienes me indican qué planos hacer. Entonces se proyecta hacia adelante,
y erguida sobre sus rodillas, señala a la cámara ¡Apagala o me voy ya! Entonces
me voy a un apagón y así me despierto.
**
Tal lo
prometido, Fabiana hace sonar mi timbre no muy pasada la hora de un almuerzo de
domingo. Yo estoy con otro vino abierto pero sé que no va a ofenderse. Cuanto
más se volverá madraza, comprensiva.
Bajo de a dos escalones por vez.
––No
almorzaste.
––No
me retes. Ya vas a entender.
––¿Me
vas a dejar prepararte algo?
––Cero
apetito.
––¡Chito la boca!
Tiene
razón. Ella merece que le hagas caso, así tengas que hacer de tripas corazón.
El vino te va a ayudar.
––Así
está mejor ¿no? Ahora servime una copa ¿Qué es eso que taaanto te trastorna?
––Imaginate
esto: que la realidad no está compuesta de una sola capa, sino que son muchos
planos superpuestos o yuxtapuestos o solapados. Todos válidos, todos reales ¿Cómo saber cuál ves vos y cuál
yo? Ahora, si empezamos a despegar esas capas tal vez invadamos otra realidad,
una que no nos corresponde, una línea que no es la nuestra… quiero decir, sí
que es nuestra, pero no es la que transcurrimos ahora...
––No
te sigo…
––A
ver… los dos miramos a la mesita ¿Ok?
––See ––pero no es por fastidio, me
imagina borracho.
––¿Cómo
puedo saber si los dos estamos viendo lo mismo?
––Eso
es más viejo que mi abuela, y lo estudiamos en fotografía: vos sabés que ves lo
que se te representa del objeto y no lo que es en sí... pero algo me dice que
vas por otro lado. No me vas a venir con la cuántica, porque ahí yo cero.
––¿Te
acordás que te dije que me parecía estar viendo imágenes superpuestas a todo lo
que estaba mirando, como capas de una misma realidad?
––Sí,
tu última broma.
––Vamos
Fa, tomame en serio.
––Te
tomo en serio, pero no puedo entender algo que hasta a vos te cuesta tanto
explicar.
––Está
bien, dejemos eso de lado ¿Qué te dije anoche?
––Mucho
y nada. Me hiciste acordar a cuando hablabas dormido y no podía entenderte ni
una frase. Pero al menos ahí eras gracioso.
––Corté
con el laburo. No les avisé pero no volví a pasar. Ayer cuando llegué me
encontré con un nuevo paquete de videos. Y dinero. Y no saben mi dirección…
bueno,no deberían saberla.
Saco
la nota de un cajón y se la extiendo a Fabiana. La lee y la baja lentamente
sobre la mesa. Me mira con un gesto extraño pero muy propio, y que significa
"entonces".
––Luego
están esos videos Fabi: soy yo, yo recorriendo las calles de caminata, yo en
algún sueño, yo visto como objetivo.
Algunos no sé qué son… los sueños de otro…
––Bueno.
Mostrame.
Levanto
la tapa de mi notebook y autorizo.Retiro el disco de la bahía y busco algún
video que pueda explicar con claridad. La última caminata. Perfecto. Lo
inserto, me hago a un lado y dejo que se dispare en automático (porque sé que
va a hacerlo). Noto que Fabiana se altera, pero no quita sus ojos de la
pantalla. Deja la copa, me mira y, con voz nerviosa me dice:
––¿Cómo
conseguiste esto? ¿Me estás jugando una pasada? ¿Quién te lo dio? Es demasiado…
demasiado.
Salto
al frente de la pantalla para ver qué es aquello que se reproduce: otro paseo,
pero que extrañamente no recuerdo.
––Esperá,
este no, dejame que te muestre uno de las caminatas que te dije…
Pero
Fabiana ya está de pie y guardando sus lentes en la cartera. Me pide por favor
que le abra. Mira a la puerta y me evita.
––Pero…
¿Qué te pasa? Eso no era lo que…
––Abrime
por favor.
Está
al borde del llanto. Nunca la vi así.
––Bueno,
bueno… pero no entiendo qué corchos te pasa.
En la
puerta de calle, voy a darle un beso de amigo pero me quita la cara y sale
caminando rauda en dirección a la avenida. Quiero gritarle algo pero no sé qué.
Ya en mi departamento abro mi mensajería para escribirle, pero me encuentro con
que mi contacto ha sido bloqueado.
**
El domingo sigue su curso. El
trance con Fabiana y su desenlace han eliminado de mi sistema cualquier traza
de intoxicación y la lucidez me lastima, pero siento que pierdo contacto con la
realidad ¿Y el mensaje de esta chica? Está ahí. Como en un sueño, cuando el
evento se repite y decís ¡viste que era
verdad!, hasta que despertás y desaparece. Entonces, ¿cómo es posible que
ipso facto aparezca en el próximo video? Coincidencia:
trabaja con ellos. No: trabajaba. ¿Vas
a creerle? No me queda un solo video para ver, pero me descubro pensando y
mucho en la chica ¿Acaso mi nuevo contacto es ella, la misma chica de la
bicicleta? ¿Te cabe alguna duda? ¿Por
eso me resulta conocida? No me
arriesgaría a decir que es así... Necesito encontrar a ese carnicero de la
cinta, ver cómo es, descubrir qué pasó y el por qué de su reacción. (Los
domingos el mercado está abierto, funciona más a pleno, más como una feria, con
muchos rubros que no son habituales a la semana, casi como antes. Por
imitación.) Y cuando lo encuentre ¿qué? ¿Sacarle charla? ¿Preguntarle por la
ciclista misteriosa? ¿Medio de lomo?
Sin embargo ya estoy ahí,
caminando entre los puestos y sin saber bien qué voy a hacer. Lo veo y está
cortando churrascos con una cuchilla que llama a la moderación, al recato.
––Buenas tardes.
––Dígame caballero.
La elle remarcada, debe ser cuyano. (Hecho con metílico.)
––¿Qué me aconseja para hacer al
horno? (Aunque ya sé que…)
––Colita de cuadril, Peceto.
––Tengo una invitada a cenar y
quiero quedar bien.
––La colita bien hecha sale muy
rica. Y es tierna ––sin inflexión, afilando su cuchilla.
––Bueno. Mi amiga acaba de ganar
un trofeo en ciclismo y quiero agasajarla.
Es evidente que no sé lo que
digo. El carnicero no responde. Tira una colita de cuadril sobre la balanza,
bien esquinada para que pese algunos gramos más. Luego me dice el importe.
––Ella me aconsejó que le compre
a usted. Dice que lo conoce.
Luz
roja.
Pero el gesto del carnicero es
inmutable. Toma mi
dinero, me da la carne.
––Veo demasiada gente por día, caballero.
Ya de regreso decido jugar mi
última ficha del día.
Hola
![]() |
Ahora no puedo escribir
No podés esperar hasta mañana?
Necesito saber una sola cosa
Si?
Qué son esos videos?
![]() |
Mañana paso
Y ya su perfil es de fuera de línea.
**
Estoy en la terraza de un edificio. En
realidad es solo su techo, porque no hay barandas que protejan al visitante.
Busco la puerta por la que accedí a ese lugar pero no encuentro abertura
alguna. Me tiemblan las piernas, pero aún así me subo al tanque. La superficie
es condenadamente estrecha. Ahí me acuesto boca abajo y cierro los ojos. Sé que
si intento incorporarme voy a caer al vacío. Y que si me doy vuelta boca arriba
voy a salir despedido al infinito.
––Entonces…
––Fuiste
uno de los pocos que se presentaron. En ese momento yo estaba en el estudio de
reacciones y comportamiento de los aspirantes.
––¿Dónde?
––Al
otro lado de la cámara. En otro local de la misma galería.
––¿Engancharon
a muchos?
––No
los pretendidos. Sí como para acelerar el proceso.
––¿Qué
proceso? ¿Trabajaste mucho con ellos? ¿Son los Juan Pérez o ellos son solo
perejiles?
––Estuve
un tiempo largo con ellos, desde el estallido de la Depresión hasta hace casi
nada ––seguido––, no son ningunos perejiles, estudiaron conmigo y son unos
cráneos.
––¿Entonces
quiénes son los capos?
––No
sé quién o quiénes están al tope, pero mi jefe me reclutó por conocerme de la
cátedra de Ciencias de la Comunicación. Había sido mi profesor.
––Repito
pregunta ¿Qué proceso?
––Estudiar
la predisposición al sometimiento en la gente.
––Está
El Pueblo por un lado ¿Ustedes cómo se llaman?
––No
me incluyas: se autoproclamaron como La Résistance.
––…
––Grandilocuente.
––Pero
estás involucrada.
––Creí
que era otra cosa. Fui muy tiernita.
La
bici está en mi living, su mochila cuelga de mi perchero. Gosha está
olisqueando la corona de la pedalera, no es comestible, no le interesa.
––¿Me
vas a explicar por fin qué son esas filmaciones?
Se
levanta, toma la mochila, saca un paquete de Gitanes Blondes y me ofrece uno.
Gosha salta a la mesita.
––Aunque,
por lo que veo, no fumás ––dice.
––Solo
armados. Ahora no, gracias ––le extiendo un platillo para que lo haga cenicero.
Gosha se baja.
––No
hay ningún video filmado.
––…
––Los
AVI contienen pistas que, combinadas, emiten un pulso que dispara
automáticamente algunos engramas en el subconsciente del observador. No está
probado a fondo con el sonido, pero funciona más o menos igual. O debería. Pero lo cierto es que ese
aspecto no lo desarrollamos.
––Entonces…
––Una
persona aislada de esa señal, con el filtro adecuado, vería una pantalla vacía,
sin imagen, en una ausencia total de impulsos visuales desde ambos ejes, la
nada.
––Pero
hice una captura de pantalla y la trabajé en Photoshop…
––Sugestión vigil. Si querés, llamalo
hipnosis. Vale igual.
––…
todo lo que vi…
––No
todo. Hay una línea de imágenes preestablecidas que se usa para, cómo decirte,
preparar el terreno. Tal vez uno o dos videos por entrega. Pero la gran mayoría
de lo que viste estaba en vos. Solo fue triggeado.
(Por
eso veo lo que veo y andá a saber qué vio Fabiana. Deberías preguntarle.Ni en pedo.)
––Había
cosas enteramente desconocidas para mí.
––¿Vos
conocés todo lo que hay en tu inconsciente? Hay estudios que postulan que podés
estar viendo pasado, futuro, otras vidas…
––Supongo
que son estudios muy serios… aún no
comprendo cómo investigan nuestro comportamiento.
––Es
que precisamente no se analiza. Se van viendo las reacciones y perfeccionando
el sistema de mensaje. Es un estudio de… cómo decirlo… fertilidad del terreno.
––Cobayos.
––Maso. Hasta que sepan a ciencia cierta
cómo implantar un mensaje. O una orden. La sugestión es algo muy simple y lo
subliminal… ya se hablaba de eso 2200 años atrás en Grecia.
––Aristóteles.
––Cerca:
Demócrito.
––Me
pregunto si estará ligado a los flashes que me bombardean. Es como si una
realidad igual a la que estoy viviendo se generara superpuesta pero en otro
plano. El efecto es de déjà-vu, pero yo lo llamo paramnesia, aunque no sé muy
bien si la palabra aplica.
––Sí,
te entiendo, al déjà-vu técnicamente se lo llama paramnesia del reconocimiento.
Pero eso que vos nombrás flashes
ocurre directamente en tu cerebro, pasan a tal velocidad que el ojo no podría
retenerlos nunca. En realidad, de todos los planos reconocidos escapa
información en forma de energía, pero el ojo es incapaz de transmitirla al
cerebro. Y no se sabe cómo es posible que sean captados, es terreno de la
física y ahí yo… pero no, no guarda ninguna relación con el experimento.
––Primera
ley de la Termodinámica.
––Una
forma de decirlo, sí.
––Y
ahora…
––Una
movida a gran escala. Me dicen que están estudiando cómo aplicarlo en la gente
común y que cuentan con la seguridad de más de un 60% de éxito. Su idea es unir
una corriente capaz de enfrentarse a El Pueblo y Las Patrullas. Pero lo que no
tienen en cuenta es que ese porcentaje involucra demasiados pros y contras, no
va a haber punto medio, y que podría generarse una batalla infernal: una guerra
civil sin caudillos. O algo más grave, todos
contra todos. Vos pensá que Las Patrullas se formaron con gente común,
voluntarios como tus vecinos y los míos. El Pueblo es casi lo mismo, pero de generación espontanea. Cuentan con la
legalidad que otorga la masa. Los noto tan extremistas que me resultan más
peligrosos que los otros.
––¿Cómo
lo piensan hacer?
––La
forma la desconozco. Por eso sigo con ellos. En teoría.
––¿Viniste
a estudiarme?
––Respeto
tu desconfianza. Pero, de haber venido a comprobar el progreso en vos ¿te
habría explicado todo?
––Y yo
tengo que dar por cierto todo lo que me dijiste.
––Vas
a tener que confiar. Y ayudarme. Y yo te ayudo a vos.
––Me
suena de otra parte… compañía de seguros.
Se
pone de pie y vuelve a su bolso.
––Te
dejo el último sobre. Tengo que hacerlo.
Me lo
extiende, cuando lo tomo aún no lo suelta.
––Tené
cuidado. Todavía no se sabe, pero es muy posible que la señal provoque daños
corticales. En palabras simples: muerde. Como aspecto positivo, otro riesgo no
hay.
––Me
recuerda a una película que vi hace mucho tiempo... ¿y para qué me lo dejás?
––Vos
hacé lo que quieras: yo no puedo arriesgarme más.
––…
No
quiero ver otra cinta. O que alguna imagen más se genere desde mí. Me sobra con
mis sueños. No voy a negar que, sabiendo ahora de qué se trata, me siento
tentado a probar esa señal como una droga, pero soy muy consciente de mi
incapacidad para manejar la situación, y de la advertencia de Eli. Solo espero
que ella sea real y no haber cruzado ya el límite.
Ahora
recuerdo esa única pista de audio que aislé. Eli me había dicho que el sonido
estaba pasos atrás en la escala de desarrollo. Tal vez haya algún aspecto que
ella desconoce y que pueda ser de ayuda.
Play.
Pero
solo consigo escuchar algo que es muy grave, como si hubiera sido grabado al
triple o cuádruple de velocidad. Bajo 12 decibeles a las frecuencias entre 16 y
250 Hz, y acelero la reproducción de 120 a 200 bpm:
… por el infierno que merecí y por el cielo
que perdí, pero mucho más me pesa…
Lo
antes aparentemente gregoriano, ahora se escucha por la voz de un niño, casi en
un susurro.
…antes querría haber muerto que haberos
ofendido y me propongo firmemente…
¡Basta!
No solo no salvo los cambios, sino que elimino el archivo, prescindiendo del undo.[6]
Por
una razón que no sé explicar, cargo todos los discos en mi mochila y salgo a la
calle. Tengo unas cincuenta cuadras a la costanera y necesito ver el río,
perder la vista hasta el mar (aunque eso sea imposible) y por más que en estos
últimos días la calle haya dejado de resultarme atractiva, y esa avidez que
hace no demasiado me había llevado a creer que quería devorarme todo lo que
veía se haya adormecido, necesito alejarme del encierro, de los videos, de mis
máquinas, de mis vecinos y del edificio: de mi cáscara.
Es un día
muy pesado y las cuadras se me hacen eternas, cenagosas. Presiento que si
quisiera salir corriendo no lo conseguiría. Ya en las calles de tierra me
siento algo más liviano y cuando cruzo la cerca y llego al borde del río casi
puedo decir que el lastre ha desaparecido. Pero el río está muerto. No hay una
sola embarcación en kilómetros, las olas parecen de hule y se mueven en
silencio. Tal vez sea yo, pero no recuerdo haber oído un solo pájaro en mi
camino. Sí hay un pescador solitario allá en el muelle abandonado, y una pareja
de garzas a unos pocos metros. No me atrevo a mirar hacia atrás porque temo ver
a la catedral asomando por sobre los árboles; sé que está ahí. Me doy cuenta de que cargué con esos DVD para
tirarlos al agua como un simbolismo, pero que ahora me parece fútil,
presuntuoso. El pescador ha desaparecido y quedo solo, y es tal el vacío que
los movimientos en la maleza se hacen más que evidentes, amenazadores. Y no
sopla el viento ¿Qué otros animales habitan la reserva más que pájaros, víboras,
algún lagarto? Sé que estoy muy border,
pero en mi Ello se empiezan a dibujar
figuras que, en mi presente condición, me sugieren poner distancia de inmediato
con el lugar.
Mientras
desando el camino tengo la desequilibrada percepción de que el follaje me
observa y, en pocos minutos, me encuentro a la salida, agitadísimo,
transpirado, falto de aire y con mis pulsaciones desbocadas: es evidente que
llegué corriendo.
Frente
al primer cesto de basura que me cruzo abro mi bolsa y, mirando en todas
direcciones como un delincuente amateur, tiro los dos sobres aprovechando que
nadie me mira. Y es que la costanera está desierta.
Cuando
llego al departamento encuentro cuatro llamadas perdidas en mi celular. El
número me es desconocido y solo puedo decir que pertenece a una línea
residencial. Sin pensarlo dos veces bloqueo el origen y de inmediato el
teléfono vuelve a sonar. Pero este está en mi agenda.
––Dani.
––Qué
hacés Rorro ¿todo bien?
––Todo es una expresión algo vasta ¿no?
––See… escuchame: me llegaron unas carpetas
de la Secretaría de Asuntos Ciudadanos sobre gente bajo vigilancia.
––¿Ahora
estás en Inteligencia?
––No,
pelotudo, me las hizo llegar el chongo de Fabiana, que no sé cómo te conoce,
pero yo me cuidaría de él. De paso ¿qué mocazo te mandaste con Fabi?
––Demasiado
largo para explicar. Y no me mandé ninguna.
––Bue,
para vos que todoestá bien y que
decís que las conspiraciones me las invento yo y que leo fantasía conspiranoica,
te comento ––por si te interesa–– que
es una parva de gente la que están espiando desde esas oficinas nuevas.
––Toda
la vida y desde todas partes nos han espiado, mi amigo. Eso no es nada nuevo.
––Sí,
sí, pero fijate que hago una búsqueda y vos figurás dentro de un grupo que está
fichado como de posible afiliación extremista. Eso no es joda.
––…
––¿Estás
metido en alguna?
––Vamos…
¿sos tarado o te hacés?
––Precisamente
por eso te aviso. Por ahí anduviste metiendo la nariz en alguna parte, o
juntándote con gente rara…
––Sí: vos.
––Por
las dudas, yo me desharía de cualquier cosita
que pueda resultar sospechosa.
––Gracias
papá… esperá que me están entrando mensajes… te llamo luego.
––Aloha.
Dónde estás
Puedo pasar por tu departamento?
Es urgente
Hola
Recién llego
Querés pasarte a
cenar?
Preparo algo para la
noche
Paso cuanto antes
No vayas a salir
¿Ahora
qué?
¡Qué
día, diosss!
Voy a
prepararme un café y enciendo la radio. Música. Es extraño, generalmente en las
estaciones que tengo memorizadas siempre hay
alguien desbarrando. Cuando comienza la tercera canción me toma por sorpresa,
entonces cambio a la segunda memoria (solo escucho esas dos emisoras) y acá no
hay música, solo estática. Es muy raro.
Busco alguna otra señal de puro
porfiado y recaigo en lo que parece una tanda publicitaria:
…
porque no podemos resignarnos a vivir sin diversión. Así que recuerden: esta
noche, 21 horas, espectacular lanzamiento, el canal que todos estábamos
esperando, frecuencia 32.5 de TV Digital Aire, en SD y HD: vos no podés faltar.
Patrocinado por…
Suena
mi timbre. No ha pasado media hora y ya Eli está a mi puerta.
––Bajo.
Mientras
subimos la escalera no quiere decirme nada. Ya en mi departamento, me obliga a
cerrar la ventana. Es un día anormalmente caluroso, otro veranito de San Juan,
aún así Gosha se está haciendo lugar una vez más en mi mochila. Convido a Eli
con una cerveza fría pero la rechaza. Luego cierra la puerta de la cocina, con
nosotros adentro.
––Es
hoy. Me enteré a media tarde.
Su voz
es baja, está muy alterada. Creo que también asustada. Abro una lata para mí,
no es momento para un café. Pregunto:
––¿Qué es hoy?
––La
transmisión. Estuvieron haciendo unas pruebas de las que ninguno de nosotros
supo algo. Tampoco sabíamos que ya tenían el soporte para transmitir.
––32.5
de tv digital aire.
––¿Cómo
lo sabés?
––Lo
están promocionando por la radio.
––¡Qué
hijos de puta! Igual van a emitir una señal de interferencia a todo aparato
encendido.
––Son
peces bastante gorditos… Psychrolutes
Marcidus.
––¿Qué?
––No
me hagas caso. Un lapsus ictiológico.
––Los
que quedemos fuera vamos a ser presas fáciles. En verdad no se sabe qué va a
pasar. A ellos les pica un rábano el margen de error y sus consecuencias. Son
tan extremistas como El Pueblo, pero definitivamente más radicales y
peligrosos.
––Voy
por el palo de amasar…
––No
te hagas el tarado… ––piensa unos segundos–– hacé lo que quieras. Yo no me
quedo.
––¿Y
qué se supone que haya que hacer?
––Desde
que la depresión se hizo cotidiana y los grupos como El Pueblo empezaron a
pulular, un grupo de gente del que soy parte empezamos a pensar en qué íbamos a
hacer cuando esto no diera para más…
––¿Otra
Résistance?
––No,
no, ese fue un error mío porque creí que lo que hacían iba a ser una buena
alternativa. Me equivoqué.
––…
––Bueno,
ese grupo hoy está listo para escapar, partimos a las 9 en punto de acá a una
cuadra, de los galpones de la papelera abandonada.
Son
las 19, quedan dos horas, el olor del ozono se filtra por las ventanas. Los
relámpagos iluminan la noche temprana, los truenos braman todavía con retardo y
gruesos goterones empiezan a estrellarse contra el piso. Va a ser una buena
Santa Rosa.
––¿Y a
dónde piensan escapar? ¿A una isla privada como Marion Crane?
––¿Qué?
¿Quién? (Gesto de fastidio) ¿No
vas a tomarte nada en serio después de lo que pasaste? No me importa.
Quiero
decir algo pero sé que la voy a embarrar más porque acaba de encenderse mi
disparador de boludeces; por suerte ella no cae en mis trampas inocentes.
––No
sabemos el destino por una cuestión de seguridad. Y el conductor tiene una ruta
para el GPS que va a cargar apenas arranque el camión.
––Bárbaro,
ahora decime por qué yo. No tengo intención alguna de unirme a una comunidad. Y
no me quieras hacer creer que te encariñaste conmigo.
Me
mira por unos instantes. Cuando creo que va a decirme algo, da media vuelta,
abre la puerta de mi cocina y me reta a que abra mi puerta al pasillo, a que la
deje salir. En ese preciso momento un rayo cegador estalla junto con su trueno
y sacude las ventanas.
La luz
se corta.
––Esperame
que busco las llaves y te alumbro la escalera con el celular.
Pero,
en el silencio que sobreviene al estallido, escuchamos pasos que bajan a las
corridas. A lo lejos, pero dentro del edificio, se escuchan golpes y gritos o… gruñidos. Pienso en los Muertos Vivos de
George Romero, pero por Tom Savini. O Zack Snider. Eli apoya su oreja izquierda
contra la puerta y me hace el gesto universal de silencio,mientras apoya su
otra mano en mi hombro derecho para no me mueva.
––Puede
ser un incendio… alguien que entró en pánico… ––tal vez lo digo para mí. Eli repite
el gesto de silencio.
De
afuera llega claramente el ruido de golpes contra una puerta y, muy ahogados,
gritos de desesperación o socorro. Abro la ventana y los oigo mucho más claro.
Es sobre mi bloque, varios pisos más abajo. Recuerdo a mi vecino, el rara avis. Estoy seguro de que es en su
departamento. Los relámpagos siguen iluminándolo todo y la lluvia ya se ha
hecho espesa. De pronto lo veo saltar hacia el patio de planta baja, y luego
ayuda a que una mujer se descuelgue. Hago montoncito con mis dedos de la
izquierda y Eli se encoge de hombros. Casi de inmediato otro crujido doliente y
ambos sabemos que una puerta ha cedido. No lo veo en la planta baja, pero ahora
saltan a ese patio dos, cuatro, muchas siluetas. Luego ruido a vidrios rotos y
el chasquido de la lluvia. Eli me hace un gesto de ahora. Soy dueño de un doctorado en auto preservación, pero ni en
sueños pienso dejarla salir sola. En un gesto automático agarro mi campera y la
mochila. Ahora sí. Bajamos alumbrándonos con mi celular. Efectivamente, cuando
pasamos por el 1º C la puerta está desquiciada y los relámpagos alumbran lo que
parece ser un violento desorden. Ya en planta baja nos encontramos con la
puerta del C abierta de par en par, pero ésta explotada hacia afuera. La puerta
a la calle ya no existe.
––¿Adónde
te esperan? ¿Y tu bici?
––El
camión está acá cerca, a una cuadra, te
lo dije. La bici es pasado.
––Te
acompaño.
Cubro
nuestras cabezas con mi campera y corremos juntos bajo la lluvia que es helada.
La temperatura ha caído 10 grados en solo unos minutos. Cuando llegamos me doy
cuenta del peso en mi mochila, veo a su interior y ahí está Gosha, que me
devuelve la mirada con sus ojos como platos. Pero se queda ahí dentro, bien al
fondo, y pestañea ante las gotas. Eli golpea el portón siguiendo un patrón
rítmico. La puerta se separa apenas. Ya
nos íbamos, dice quien ha abierto, (¿ya pasaron dos horas?) y
continúa con su movimiento de compás. Como soy un ratón de cinemateca me
imagino despidiéndome de Eli con un beso apasionado bajo la lluvia, en blanco y
negro. Sin embargo, ella me dice:
––Es
tu última chance.
Luego
sube al camión.
Y yo
salto detrás de ella.
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