Estocolmo, un relato en cinco partes desordenadas - Obertura: El Narrador

 

ESTOCOLMO

Un relato en cinco partes desordenadas





Obertura: el narrador




Es un portazo furioso. El plano permanece inmóvil, así crea la ilusión de que la puerta volverá a abrirse. He aquí, entonces, que ella se asoma desde un costado, se para frente a la cámara y hace una reverencia, rodilla al piso, sus brazos abiertos; ha rodeado el escenario. Todos estallan en carcajadas. Aplauden. La cámara la adora. Se oye el grito de Corten y una pregunta ¿Cómo estuve? Yo reviso mi tablilla de órdenes, me acerco. Me pregunta si vamos a rodar algo más, desea marcharse. Le digo que no. Pero es que quiero discutir con ella la escena en el pasillo. No me siento seguro de cómo escribirla, si para un travelling lateral o cenital, y me parece que el director tiene en mente cortarla, y que eso no podría perdonármelo. Le digo que podemos tomar un café y discutirlo. Me responde que no. Que es tarde. Que ya se van. Dice que puedo hacer lo que desee, que igual será lo que el director ordene, que ella está para hacer lo que él diga. Pero que, una vez que terminan con el rodaje del día: adieu. Luego me aconseja que revise algunas partes más. Que, tal vez y por el bien del guion, me convendría reescribirlas, quitarles peso dramático, cambiarles la dirección o, directamente, hacerlas desaparecer. Y se retira. Yo vuelvo a repasar mis órdenes. Algunas no me resultan claras. Me acerco al director, lo consulto. Me dice que en su momento él dirá qué hacer, tal y como fue hasta ahora y siempre. Agrega que su cámara es absoluta, y yo recuerdo la aseveración de Hitchcock. Luego se marcha. El equipo apaga las luces. Me quedo a oscuras. Pensativo. Son demasiadas cosas que aún no puedo manejar.

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