Irremediable III - Segunda Ola: Natalia
Segunda ola
Ya no llora.
No sabemos si el llanto cesó hace minutos o mucho tiempo atrás, pero la verdad es que se ha dejado ver muy poco desde que su tía desempolvó esa vieja caja de acuarelas con la intención de encontrar algo que pudiese entretenerla, y ella, la niña, apenas ha bajado de su altillo para las comidas, siempre silente, ensimismada, nada comunicativa. Ellos la respetan porque el accidente está aún muy fresco. Incluso, creen que de haber podido ver a sus padres para una despedida simbólica, su reclusión habría resultado en un trauma menor, o más abordable, pero eso es terreno de psicólogos y psiquiatras, que hasta el momento se niegan a medicarla y dicen que sus reacciones son algo perfectamente normal y que la niña solo se encuentra elaborando su duelo, que muy pronto deberá reinsertarse a la vida en sociedad, eso cuando comiencen las clases y deba empezar con su primer grado de escuela primaria. Luego ahí verán si es necesario algo más, o solo dejarla hacer, que hoy es lo más conveniente. Por el momento, ella pasa sus días en su cuarto de buhardilla, donde pinta sus sueños, paisajes, amigos imaginarios y mascotas, eso mientras sus primos corretean por el parque y se zambullen en la pileta. Si alguno decide subir y golpear a su puerta, simplemente continua en silencio y no contesta.
Pero hoy, como determinante invariable para que una historia pueda narrarse, parte de un milagro ha ocurrido.
––Ay, Nati ¡es maravilloso!
Su tía Manena panea ante toda la mesa la hoja de papel canson de 65 x 77 que retrata a la perfección el parque de la casa, visto desde la ventana de la buhardilla. Y es admirable cómo ha retratado a la familia con siluetas saturadas de luz. Sin saber de técnicas se ha valido de una combinación de acuarelas y crayones, usando las más etéreas para todo relleno ––copas de árboles, hojarasca, cielo y nubes, césped–– y los trazos fuertes para destacar aquellos contornos o líneas de carácter en lo demás. La familia la observa con orgullo, mientras que ella, que aún ve hacia abajo, ya muestra entre sus rulos cobrizos una sonrisa de lado a lado.
Acepta con gusto tomar clases de dibujo y pintura, y muy pronto, aún en edad escolar, se destaca por su capacidad para imitar en el papel o la tela todo aquello que haya podido contemplar y asimilar el tiempo necesario, y con las técnicas adquiridas se permite experimentar con una misma forma pasando por acuarelas, lápices, témperas y óleo, pero desprecia a la tinta china. Así nace uno de sus primeros seriales, que se enfoca a un cuadrante ––parte de copa de árbol, verja al fondo, sendero de lajas y vértice de pileta–– limitado por el marco de su ventana. Y se niega a usar el blanco, porque dice que es el tono del papel, y que hacerlo es una pérdida de tiempo. Por eso, en otra de sus mixturas técnicas, suele engañar trazos blancos con sutilísimos raspones u otros toques difíciles de advertir. A sus trece años expone por primera vez, en el atelier de su profesora.
Desde ese primer año de colegio hasta apenas comenzada su educación secundaria, no solo pinta algún presente para cada cumpleañero de la familia, sino que, para las fiestas, se encarga una por una de las tarjetas de salutación para amigos y familiares, hasta que un día, todas las postales pasan a ser la misma, y ya no existe la más ínfima diferencia entre una y las otras. Sin buscarlo ––eso creo–– se ha vuelto una artista serial.
Ya en la secundaria, su profesora de arte, una muchacha aún bastante joven, le hace conocer los trabajos de Warhol, y le hace notar que él también repetía una imagen por imitación, pero que acostumbraba a dramatizarla, de esa manera todos esos retratos o calcos o serigrafías similares llegaban a conformar una sola obra en sus diferentes estadios. Como Natalia no demuestra interés alguno, de a poco la acerca hacia los pintores contemporáneos más notables y su obra, pero ella solo parece sentirse algo atraída cuando aquello que está viendo es o puede llegar a ser parte de la vida que ella conoce y se desarrolla frente a sus ojos. Dice que a eso sí ella puede retratarlo sobre un lienzo, o donde sea. No hay forma de que se interese por Kandinsky, Klee, Miró o Pollock. Tampoco por Picasso, Dalí o Duchamp. Sí se muestra atraída por los colores de los holandeses, para al fin mostrarse definitivamente volcada a los clásicos, en especial aquellos impresionistas, con los que inmediatamente se siente familiarizada.
––¿Dónde estudiás...te?
––Oli Del Tauro, ¿la conocés?
––Olivia, sí, daba clases cuando yo era chiquita; se quedó en el tiempo. Ya en nuestras épocas la broma que corría la asociaba con la pintura rupestre ––luego le guiña un ojo.
––A mí me sirve de mucho.
––¿Seguís con ella? Deberías probar con alguna escuela más actual, contemporánea. Conozco a un pintor joven que sabe muchísimo y es súper didáctico. Ahora es profesor de fotografía por razones de trabajo, pero sé que tiene un grupito muy selecto de alumnos a los que recibe en su taller particular. Si me dejás algunos trabajos tuyos puedo presentártelo.
Pero Natalia está muy conforme con su presente artístico y siente que por hoy no necesita nada más. Sí, está empeñada en borrar esa fama de geniecita infantil y convertirse en una adolescente con todas las letras, salir a bailar, tener un novio como dios manda, exhibir con orgullo algún aplazo, una amonestación. Entonces sus primas la llevan de compras, se hace un nuevo corte de cabello, y de un día para otro se vuelve el centro de atención para sus compañeros, pero ahora por muy diferentes motivos; y es que se ha vuelto una pelirroja sumamente atractiva, y hasta las otras chicas se lo hacen saber. En orden de no recibir castigos y seguir a sus anchas, las chispas de mala conducta que esperaba ostentar como signo de rebeldía nunca se hacen presentes, porque sabe a ciencia cierta que jamás admitirá retos o amonestaciones de quienes no son sus padres, y prefiere que todo marche sobre rieles de seda como hasta ahora, porque le son cómodos y convenientes. Sí, es tan fría, llana y calculada como sus seriales.
Entonces asoma el tiempo para egresar, para pensar en el futuro, para elegir una carrera. Sus tíos/tutores le aconsejan que se vuelque hacia el diseño gráfico, de imagen, o alguna de esas carreras del nuevo siglo que le van a asegurar una inserción laboral y que van a mantenerla ligada a la explotación de sus aptitudes. Pero ella por lo primero que se interesa y quiere conocer es sobre ese fondo fiduciario en que se ha convertido la herencia de sus padres y que pronto va a pertenecerle tras la deducción de los gastos que ha generado con su crianza. Su tío casi no da crédito a aquello que esa ––para ellos–– hija le está diciendo, pero aún así, concierta una reunión con el contador de la familia y sus abogados, y ella se descubre como heredera de un dúplex en Palermo, de lujo y frente al Parque Las Heras, y sendas cuentas en moneda extranjera que, de sus tutores haberlo querido, habrían solventado con sus intereses hasta el último centavo de sus gastos, notarius dixit. Naturalmente, deberá esperar a sus veintiún años para tomar posesión de sus bienes, pero el abogado les aconseja que ya mismo ––o cuánto antes–– hagan al menos la sucesión del departamento, para que esté a su nombre en custodia, a lo que el contador también sugiere que transfieran los valores a una caja de seguridad, porque la economía en recesión huele más que feo. Luego ambos les presentan sus cuentas, que ya han cobrado.
Entonces la jovencísima Natalia, a cubierto de futuras necesidades, decide dar un paso más en aquello que siempre fuera su metier, y, por medio de su antigua profesora de artes del colegio, se presenta ante ese pintor tan alabado, que ya ha soltado amarras y ahora sí conduce un taller propio y abierto. No es muy accesible ––aún menos económicamente–– pero para ella eso no representa problema. Entonces Víctor la admite, pero, en un principio, solo por la insistencia de su anterior maestra, a la que le dice en privado que va a tomarla por un tiempo y a prueba. Ella le jura que pocas veces vio a alguien con esas dotes y que la chica puede crecer y desarrollarse como artista, a lo que él responde con un lacónico la técnica no incluye al arte.
Sus tíos, que desde un tiempo atrás han comenzado a sentirse relegados al lugar de simples administradores, ven como esta hija adoptiva ahora pasa a costearse sus estudios y demás gastos. Pero, como ella aún sigue actuando como alguien más de la familia, que solicita de sus permisos para salir, que promete y cumple con sus horarios de regreso, que en nada hace sentir su independencia inminente de ellos, la convivencia en familia no se debilita y todo lo referente a su herencia y posesiones pasa a un plano que ya nadie observa ni atiende.
Todo concluye al día siguiente de aquel de su mayoría legal efectiva, cuando ella ejecuta todas la herramientas necesarias para, como quién dice vulgarmente, abandonar del nido.
Pero sin resentimientos, así es la vida, por supuesto que mantendremos el contacto, pronto voy a contarles como me llevo con mi nueva realidad. Ah, la casa es bellísima y amo a este nuevo barrio.
Así, en menos de lo que tarda una manzana en caer, sus tíos y primas se han convertido en una serie en acuarela, témpera y óleo de su primera infancia, que ella conserva en el desván contiguo al atelier de su dúplex.
––No, no, no, no; ésta, que es mucho más agresiva, tiene que estar de frente a la puerta, justo en el bloque de la entrada.
––Sea, Nat. Pensé que la querías de frente pero en el fondo.
––Ah: fijate aquella fila de leds que está demasiado oblicua.
––Meta.
Ahora Natalia deja a Maxi con sus tareas y entra a su oficina, sabiamente disimulada frente a los sanitarios.
––¿Ya te encargaste de la barra? ¿Hiciste los pedidos? Mirá que los de…
Constanza no la deja acabar la frase.
––Oye, pues cuántas veces debo decirte que llevo todo bajo riendas. Y cuando te pones histérica nos tratas a todos como a tu servicio.
––¡Ufa! Tenés razón ––se acerca, la besa en el hombro––, pero este tipo está cada día más tarado y se olvida al segundo de lo que le indicaste.
––¿Sigue bebiendo como un pez?
––Creo que desde que se mudó está bastante sobrio; tal vez ya se quemó el cerebro o lo tiene como un gruyere.
Bufa, se relaja. Luego las dos sueltan la carcajada.
––¿Lo sostienes por lástima o es que te da pena?
––Uf, no sé. Pero no puedo echarlo. Al menos por ahora.
––¿Será que aún le quieres?
––No seas boba; apenas comenzó a quedarse atrás perdí el interés. No puede ser que un tipo se interese nada más en mantener una heladera con lo mínimo, en que su botella no esté vacía y en tocar sus discos… ¡y que su idea de salida y esparcimiento sea dar una caminata! ––Constanza hace un gesto que dice y bueno, cada uno…; pero Natalia lo sobrescribe:
––¿Sabés qué repite siempre como frase de cabecera, como una gracia?
La otra niega con la cabeza.
Natalia echa su cabeza hacia atrás, descansa sobre su pierna izquierda y adelanta algo el pie derecho, recita con sus manos a la cintura:
––“Yo pa’ vivir no he nacido; nací pa’ andar durando”… ––lo dice con grave forzado, imitando una voz de gaucho ––¡y se piensa que es gracioso!
––Bueno, tampoco es para tanto, ya se hizo a su camino. Déjalo ser.
––Pero hay veces que me saca… y la culpa es mía por haberle ofrecido el trabajo.
––Creo que ha sido una retribución justa, cuando te conocí era él quién había puesto la galería en marcha.
––Mano de obra, solo mano de obra. No vayas a creer que gastó un centavo.
––¡Gracioso hubiera sido cuando todo era para ti!
––Empezó como un proyecto conjunto…
––¿O él hizo que así lo sintieras cuando era solo tuyo?
––¿Y a qué viene esto de estar gastando palabras en él?
––Tú comenzaste con los lloriqueos de siempre.
––Bueno: a otra cosa.
Se oyen unos golpecitos a la puerta, luego esta se abre.
––¿Querés dar el visto bueno? Ya terminé y quisiera ir pegando la vuelta. Si te parece bien.
––¿No pensás quedarte a la apertura?
––No estaba en mis planes, pero si me necesitás… igual ya voy a tener que estar presente cuando ustedes dejen de venir, ¿no?
Es así. Y no, no lo necesitan. Es la gran Noche de Apertura y, en verdad, Natalia prefiere que él no esté entre medio de sus invitados. No es que sienta que él vaya a desentonar, de hecho, en los albores de su relación, le había gustado compartir el tiempo de ambos frente a sus amistades y él siempre se había mostrado de lo más correcto y simpático, podría decir que más bien culto; no era un negado a la charla y siempre podía colaborar con algún toque de su humor. Pero algo se había desgastado hasta zafarse, los engranes ahora patinaban, se deslizaban en falso, y si no emitían chispas era porque casi ni se rozaban. Finalmente el mecanismo había dejado de funcionar. Entonces no: hoy no lo necesita.
Natalia piensa esto mientras él ya ha tomado su bolso y, después de un saludo genérico, ha abandonado la escena.
La verdadera sorpresa sobreviene unas semanas después, otro miércoles, cuando Maxi estaba comprometido a abrir y administrar esa semana de visitas. Fue Constanza quién advirtió la galería cerrada, luego Natalia había corroborado mediante la aplicación en su teléfono celular que adentro solo se encontraba activado el sistema de alarma. Pero el verdadero desconcierto se presenta cuando, con el paso de los días, el teléfono de Maxi pasaba de no responder a llamadas ni mensajes a dejar de pertenecer a un abonado en servicio.
––¿Es que no tienes alguna otra forma de comunicarte con él? Pudo haberle ocurrido algo.
Constanza era quién se mostraba más preocupada por un eventual accidente u otro tipo de desgracia.
––Si en verdad le pasó algo malo, ya no hay nada que yo pueda hacer.
En lo inmediato ambas se turnaron en la atención de la galería, pero a las dos semanas de ausencia de Maxi, una rápida selección ya les había dejado un jovencito muy fachero, adecuadamente bien empilchado, controladamente desprolijo, y con labia muy conveniente, que cubría su ausencia a la perfección. Eso siempre y cuando no hubiese que desobstruir algún sanitario, o salvar un imprevisto eléctrico.
Una tarde de sol en que ambas compañeras disfrutaban del parque en la nueva casa de Natalia, Constanza, en su castizo firme e inflexible, tal vez acentuado por su condición de extranjera pero, no por eso menos seductor, le había dicho a su pareja que sentía que era momento de regresar a su tierra, al menos por un tiempo. Que le gustaría hacerlo en su compañía. También que, si bien es feliz a su lado, se le hace necesario sentir que está logrando algo por su propio esfuerzo.
––¿No estás conforme con la selección de obras, el roce a diario con los expositores?
––Vamos, si sabes que solo es algo simbólico, que tú tienes siempre la última palabra, que solo tú decides.
––Para mí funcionamos como socias.
La otra no responde y el silencio se hace algo más largo que lo deseado. Entonces Natalia vuelve a tomar la palabra.
––Pero sabés que yo no puedo tirar todo lo mío por la borda.
––No estoy proponiéndote eso ni tampoco algo definitivo. Pienso que bien podrías delegar la administración de la galería a algún otro artista de tu confianza ––y sé que tienes en tu agenda a varios y muy buenos––, o bien arrendarla… tomarte un año sabático sin fecha de vencimiento; ¿vale?
Natalia deja su limonada a un lado, parece evaluar la propuesta.
––Ni soñarlo. Pero podemos aprovechar ese mes que es nulo en todos los veranos y hacernos un viaje.
––Tal vez no recuerdes que vuestro verano es nuestro invierno.
––¿En Mallorca? Vamos… ¿Y quién me asegura que, una vez allá, no elijas quedarte y me dejes liberada a una decisión que no quiero tomar? O peor, tirada a un lado del camino.
––¿No correrías ese riesgo por nosotras? Digo, ¿es así como tú amas?
Pero Natalia no responde. Ya ha dejado de pensar en eso.
Ahora está furiosa. Su cara atractiva se ha congestionado y sus ojos están rojos e irritados. Que después de tantos años de relación y convivencia, Constanza la haya dejado por un crítico de arte que la dobla en edad vaya y pase, pero que ese mismo crítico y sus pares hayan destrozado su obra, esa que abandonara allá a medias de su veintena y que, convencida por todos aquellos que siempre la alabaron, se decidiera finalmente a exponer y en su propia galería… eso sí que no tendrá perdón.
Ahora, tomando el fondo ya tibio de otra botella de champán barato, su champán de Noche de Apertura, se tienta a destrozar una por una sus series de acuarelas, a diluir las imágenes en témpera hasta que se vuelvan la suma de todos los colores y a apuñalar uno por uno todos sus óleos. Pero no lo hace. Afuera se ha desatado una tormenta consecuente con su malhumor, luego ella acarrea hasta el parque al fondo todo lo que fueron hasta ese día sus obras. Después las observa mudar bajo la lluvia y siente que los lienzos no se dan por aludidos y parecen estar burlándose de ella.
Empapada, vuelve a entrar y activa el automático para esa cortina al parque. Luego de secarse, se dirige al tablero maestro y apaga todas las luces, excepto aquellas que corresponden a su oficina, y ahí se encierra con llave.
Se ve en el espejo al frente de su escritorio y siente que su juventud se le ha escapado. Que, en verdad, nunca llegó a asumirla como tal y que ahora ya es tarde. Sabe que en su ambición dejó de lado cosas muy importantes para su vida, aunque no tiene ni idea de cuáles puedan haber sido. Pero es una realidad que ya no quiere tener ninguna de esas cosas que le significaron tal encandilamiento, y tampoco desea permanecer atada a lo mismo de siempre. No necesita dinero, y si bien ganó mucho con su empresa también sabe que perder, respaldada en sus bienes como siempre estuvo, hubiese sido algo imposible.
Al día siguiente ya ha tomado la decisión de deshacerse de la galería y, en una actitud que no es difícil de comprender aunque, sí tal vez, compleja para asimilar, busca conectarse con todos aquellos con los que alguna vez compartió ruta. Hace una gran fiesta en su casa, donde reúne a esos viejos amigos y compañeros que ha conseguido localizar y que no han puesto excusas insalvables. Entonces, en el cenit de la noche, se descubre diciendo:
––El verdadero motivo por el que los reuní a todos es que necesitaba verlos una vez más antes de salir de viaje, porque pienso instalarme en el extranjero y no creo que vaya a regresar.
Alguno le pregunta (¿solo por cortesía?) cuál es su destino elegido, a lo que ella responde con que tiene tiempo para decidirlo, para volverse a enamorar de otro lugar; uno que no le resulte deprimente e incómodo, pero que tampoco sea perfecto y la lleve a al óxido.
Luego, llegado el momento, decide reencontrarse con su familia adoptiva. Así vuelve a sus tíos, que ya se han convertido en una pareja de abuelos, y a sus primas y sobrinos, a los que atiborra de regalos en medio de una amenísima y divertida incredulidad.
Entonces llega la ejecución definitiva de todos sus bienes y la creación de un fondo que, según sus cálculos apoyados en los de su contador, le permitirán llevar la vida de un modesto aristócrata europeo del siglo XIX.
La palabra adecuada para este puente es oblivion.
Así desciende de su avión en Londres, pero en una nada de tiempo baja a Francia y luego cruza España hacia el Sur, para hacer una primera escala firme en Marruecos, donde arrenda toda el ala de una casa colonial y vive por un tiempo. Pronto su vida se vuelve rutinaria. Entonces se deshace de todo su equipaje, al menos ese que le parece enquistado con la vieja Natalia ––esa que batía su cabello ante el espejo, que probaba maquillaje dos y hasta tres veces, y que se tomaba todo el tiempo para elegir sus ropas y hasta para encontrar el innecesario push-up adecuado––, para hacerse de una mochila de excursionista con bolsa de dormir, cacharros elementales y hasta alguna medicación que pudiese necesitar en una emergencia. Por supuesto que se ha hecho de un machete, aunque duda que vaya a aventurarse por la selva. Se dice que aún no ha perdido el juicio, y sonríe.
Yo no creo que vaya a perderlo, no es su naturaleza.
Entonces toma un transporte que la lleva hasta Argel pero, ante la similitud otomana de esta con Fez y Rabat, decide no instalarse y descender una vez más, esta vez por Níger a Nigeria. Es ahí que tiene un encuentro fortuito con una pareja de alemanes a los que bautiza Hansel y Gretel, pasa un tiempo con ellos y se familiariza con su doctrina de libertad del espíritu e independencia de pensamiento, Seelenkampf,1 a la que suma y amalgama a una incipiente, rudimentaria y desorganizada inclinación subversiva, casi subterránea, que últimamente la posee de manera amenazante. Nuevamente ha alquilado un lugar que ahora comparte con ellos dos y otra pareja oriunda también del oeste. Aprende muy rápido a manejarse con algunos dialectos de Mandé ––aunque, generalmente, se dirija a los presentes en su simple francés–– y más de una vez se destaca como oradora en las reuniones de estos. Entonces, de entre las líneas que vienen y van, le llega el amor de un somalí exiliado. Tanto le cuesta y le place revisitar su heterosexualidad con él que decide que, de volver a estar por su cuenta otra vez, ya nunca tendrá sexo con nadie más, y que en ese enorme ídolo de ébano que la regresa hasta la virginidad y la devuelve nueva, sabia e infinita, descansará la culminación de su vida genital. Así, junto a él y un grupo lumpen y muy poco organizado luchan, desde su invisible lugar en el África, por la instauración de una democracia definitiva en Somalia. Pasa a la clandestinidad, y por una fuga o traición, pierde su visado nigeriano en una redada que desbanda casi por completo a la célula, que termina por desintegrarse con el asesinato de tres de sus integrantes a manos de una banda paramilitar no identificada.
Casi milagrosamente, escapa.
Después de una odisea que la lleva por gran parte del oeste convertida en una nómade más, consigue hacerse de un pasaporte falso que le permite filtrarse en Sudáfrica, salvando su pellejo pero perdiendo al hombre de su nueva vida ahí, en la frontera. Borrada su identidad, sin un centavo y a medias condenada a la indigencia, cobijada por el consejo de mujeres de Pretoria, trabaja desde el anonimato como conferenciante por los derechos de la mujer negra y ya se asienta más allá de sus cuarenta años y se siente más fuerte que en ningún otro momento de toda su vida.
En una foto reciente, llegada a la redacción de Prensamundo, se la ve rodeada de mujeres negras vestidas como obreras, al centro del arco, con su cabello alzado y tocado con un pañuelo multicolor. Hay en su rostro un gesto altivo, desafiando a la lente y todo lo que se atreva a ocultar detrás de la cuarta pared.
1 Algo así como Batalla del Alma, en alemán.
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