Estocolmo, ¿Coda? - Un Papel envuetlo a un Pendrive

 

Lo hicimos. Al fin lo hicimos. Con cuánta sabiduría movimos una a una las piezas, con qué paciencia preparamos el tablero. Golpeamos desde un principio a las puertas de los castillos porque nos sentíamos miserables, y así a través del tiempo, los Señores siempre nos han liberado de nuestras miserias. Pero nada es gratuito. Ni mucho menos. Antes nos tomamos milenios arrogándole entidades a Dios, para después ignorarlo. Buscamos con desesperación en el más allá porque siempre nos aterró lo que pudiésemos encontrar dentro de nosotros. ¿Para qué hacerlo si eso puede en lugar nuestro? Así creamos al dios perfecto, el insondable, el que no responde, el que nos hace libres. Entonces hagámosle también su Némesis. Y que viva en el alma de aquellos que buscan la verdad, o al menos, la causa profunda del sufrimiento original. Y enviémoslos a la hoguera. Porque nuestro razonamiento está severamente condicionado.

 

La tela para cortar es tanta, y el tiempo para hacerlo es tan exiguo que la tarea nos sale mal, a las apuradas, zigzagueante. Nos llevamos todo por delante haciendo casi nula la historia hasta el momento, y borramos sin discriminar. Lo mucho malo y poco bueno, todo por igual. No, no me insulten aún, permítanme decir algunas cosas más y luego háganme pedazos. Soy solo un trozo de papel.

 

Arrancamos este siglo con la reescritura y descuartizamiento de un pasado penoso, mientras le abríamos los brazos a lo peor. La velocidad exponencial es borrosa. Y los cambios para bien no hicieron más que volver a sembrar la disputa, porque los ahora reivindicados nos han elegido como sus opuestos, y no lo ocultan. A veces siento que aquellos que se manifiestan por algo justo solo están aprovechándose para beligerar contra un enemigo que les es necesario para existir. En la búsqueda de eliminar las diferencias, han cavado una fosa que solo aísla a los grupos entre sí, y la integración se ha vuelto imposible. ¡Pobres aquellos individuos que respetan a cada quién por naturaleza! Nos encontramos en el medio de una guerra inválida entre posiciones asumidas. Blanco y negro y los diez mil ejemplos más. Nunca vamos a darnos cuenta de lo inútil que es pavonearse.

 

Es ahí que lo material encuentra su resquicio y asume la posición de ataque. Ha observado el juego con tanta sabiduría que ya es imposible sorprenderlo. En otro momento habría acostado a mi rey, pero hoy elijo patear el tablero. Así soy yo quién se escinde de la farsa. Que el miedo encuentre a otra víctima. Este es mi aprendizaje.

 

Al fin, solo digo que nos concierne apuntalar bien el hoy y el ahora si queremos seguir vivos. Entre los panes que cargó el nuevo milenio bajo el brazo, poco queda sin enmohecer. Así, la confirmación de la curva de aceleramiento, la demarcación bélica de los diferentes rasgos de la sociedad, el pluralismo desafiante, la integración conscriptiva, la perversión de las artes y el lenguaje y los manotazos desesperados hacia filosofías histriónicas, han ganado sin esfuerzo su lugar.

 

Yo siento que mi RAM está llena. Aún así no niego un lugar para lo nuevo. Pero nunca sin haber antes respaldado a esa memoria, que ya no será incorporable, pero seguirá viva. Luego rescataré aquello que no es mímico. Deben quedar pocos engramas por imprimir y espero usarlos sabiamente. Por supuesto: fuera el invasor, acá estoy yo. Y quiero seguir teniendo motivos para aplaudir y emocionarme.

 

Finalmente, solo sufre aquel que tiene la sensibilidad para hacerlo. Los demás seguirán marchando por todo aquello que sirva para crear más divisiones y descargar energías a manera de sentimientos atrofiados, que por la nulidad de su peso solo serán odio, resentimiento y venganza.

 

En palabras del poeta:

 

 

No quedará en la noche una estrella.

No quedará la noche.

Moriré y conmigo la suma

del intolerable universo.

Borraré las pirámides, las medallas,

los continentes y las caras.

Borraré la acumulación del pasado.

Haré polvo la historia, polvo el polvo.

Estoy mirando el último poniente.

Oigo el último pájaro.

Lego la nada a nadie.[1]



[1]Esto es El Suicida, de Jorge Luis Borges; lo conocemos. En mi opinión, Marco usa el poema como una alegoría sobre el desprendimiento y no como nota de sacrificio. Pero como nadie sabe qué ha sido de él, todo queda liberado a la lectura que cada uno haga sobre la situación.

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