Estocolmo V - En el Principio

 

Finalmente, el momento tan esperado se ha hecho realidad y ya es presente. Hoy es un día trascendental en la vida de Marco. Y es que el cargo que tanto hadeseado al fin está libre, y él, por puntaje, ha conseguido la titularidad. En minutos va a dar su primera clase en el Instituto Superior de Enseñanza Media y es un verdadero momento de quiebre, porque atrás quedan las suplencias, las clases de apoyo, el taller en el CByS y sus años de estudiante. Está en Sala de Profesores, y esconde sus nervios bajo un manto fingido de autosuficiencia, detrás de un libro abierto que bien podría estar en blanco. Igual sabe que no engaña a nadie. Y también que eso no es un pecado. Después de todo no es la primera vez que va a enfrentarse a un curso, aunque sí como titular. Y ya lo han evaluado antes. Se sabe capacitado, no tiene por qué darle calce a sus dudas. Son infundadas. Cierra su libro, ese que le ha llevado horas escoger y del que no ha leído a consciencia una sola palabra, y se dirige al salón de clases.

Leo y sus amigas están en el pasillo, la zona de los lockers. Las cuatro charlan animadas como lo hacen las chicas a los 17 años. Pisan sus frases, hablan a coro y en voz muy alta, se dan algún que otro empujón, se insultan en broma, abren los ojos como platos, exageran sus gestos. También fingen sorpresa o enojo, son muy teatrales. En su camino al aula, Marco pasa junto a ellas. Hacen silencio, lo ven pasar, luego Jazzy hace montoncito con sus dedos y mueve sus labios con la cara hacia las otras tres ¿Y este quién es? Leo hace su gesto simiesco de Ni idea, Laura no dice palabra y Sofi apuesta un Me lo garcho. Las otras tres la miran y profieren un mudo Vos siempre igual. Todo esto sin pronunciar una sola palabra. Luego se retocan el pelo o se quitan alguna arruga unas a otras, como monitos muy aplicados. Entran a clase.

 

 

––¿Y? ¿Qué onda la escuela?

––Es algo diferente. Bastante. Mucho. Una clase en un colegio no es un taller en un centro barrial. Tiene muy poco que ver con lo que estaba acostumbrado. En un taller tenés todas las edades y los que van lo hacen por interés, aburrimiento o la necesidad imperiosa de socializar. Acá es un grupo de chicos tal vez en la edad más complicada para controlar, pero que también ya entienden otras cosas: ya no son nenes. De ahí a que te respeten o te den bola hay un Sahara. Pero bien. No me pasaron por encima ––luego completa––: ya cuando se sientan más seguros van a empezar con la munición pesada, no te preocupes.

––Bueno, ahora vas a poder tranquilizarte y terminar con ese bendito libro.

––Debería. Pero en los últimos seis meses no tuve un solo momento para concentrarme. Entre la tensión por el ph y esto por venir, la cabeza estuvo a mil y en otra cosa. No podía hacer la vista gorda. La opción era comprar, sí o sí. Sabía que era una jugada de mucho riesgo, pero también que los viejos no me iban a dejar en la parada. Y después iba a llegar ese último remo infaltable.

Entonces le hace un guiño. Es que su amigo Daniel hizo ese aporte final que le permitió cerrar la operación.

––¿Y ahora?

––Se me abre la posibilidad a un crédito. Quiero saldar con mis viejos porque ya no son ningunos pibes, y qué sé yo si mañana mismo no les hace falta, aunque me tengan a disposición por cualquier cosa que necesiten ––sin margen––: lo de ustedes puede volver ya. No te olvides de que me quedé con el auto.

Dani le hace el gesto de naa, mudo.

Pero Marco sabe que su amigo está en vías de ahorro para lanzarse a su empresa. Su trabajo, aun en recesión, cotiza muy bien, y siente que está cerca de dar el gran salto. Sabe bien que Daniel está cansado de proponer bandas, producirlas desde el silencio y dejar el crédito en manos de otros.

Marco dice:

––No es tanto lo que debo, sino mi obligación a responder por jugadas tan altruistas y en un momento tan de mierda. Mis viejos liquidaron una propiedad que tenían en alquiler para ayudarme. No es solo no estar en deuda. Algunas, aún pagas, serán eternas. Y gratísimas ––se soba los mocos.

––Somos amigos. Por nuestra parte ya sabés: urgencia cero.

––Sí, Dani, y te lo agradezco.

Pero es que todo ha sido tan rápido que, recién ahora, parece estar despertando a la realidad. En el transcurso de un trimestre, pasó de inquilino a propietario, de estudiante a maestro, de independiente a deudor, y cree que aún es muy joven para sentirse tan adulto. Es una nueva sensación con la que deberá convivir. Y ya no es cuestión de si la quiere o no.

––¿Y de minas cómo andamos?

––Tranquilísimo. No quiero que alguien me hable de nada serio hasta… por lo menos los treinta.

––Vos sí que la hiciste bien.

––¿Y vos de que te quejás? La tenés a Mara en una relación súper libre. Que yo sepa es lo que siempre buscaste.

––Sí, sí, pasa que a veces lo logrado se vuelve rutinario, deja de ser inusual. Sea, Mara tiene lo suyo y yo mis cosas, pero hay momentos en que me siento agujereado, y que por ese hueco seme está escapando lo importante de la vida. Vos me conocés: yo grabo lo que me piden y dicen y lo hago vendible, pero me gustaría otra cosa.

––¿Y por qué no hacés algo por tu cuenta, algo que verdaderamente te interese? Quiero decir que tiene que haber alguna banda que te mueva y que amerite arriesgarse. Sé que largarte hoy solo y con el país en default es jugar con fuego, pero somos jóvenes y es el tiempo para fantasear con lo imposible.

––Tengo un ahorro para eso. Lo tenía bien en mente.

––Algo me habías contado, genial. ¿Y?

––Hay una.

––¿Una banda? ––luego––: ¿una sola?

––Mirá, el ambiente está económicamente destrozado, tal vez en unos años… aunque no soy demasiado optimista. Te decía que están estos tipos… son una banda de La Plata… pero son muy herméticos. Demasiado Under… y necesitan de muchos retoques para salvar un producto viable.

––Pero si es lo que estabas esperando…

––No sé qué mierda estoy esperando. Te juro que no sé. Se la propuse a la productora y la vetaron en 20 segundos.

––Pero tenés ese ahorro.Deberías arriesgar. Sin quedarte en la calle, obvio.

––Es que no voy a quedarme en la calle. Solo que sería un golpe muy duro de aceptar. Necesitan demasiados retoques si quieren llegar a algo. A algo rentable, digo. Pero no quieren dar el brazo a torcer. Y yo no tengo carpa todavía como para hacerlo solo ––se sincera––: hay demasiada gente de mierda en este ambiente. Si abandonás el ala protectora de mamá gansa, después no podés volver. Te pisan el cuello ––toma aire––; ni te lo podés imaginar.

Marco rebobina. Su interés echó el ancla.

––Hablaste de retoques. Como…

––Primerísimo y principal la imagen. Luego el estilo vocal del líder, que por otro lado tiene menos presencia en escena que un calentador de kerosene, acortar los temas… tienen un par de temas que bien armados podrían ser hits… qué más querés, demasiado para una primera movida. Prefiero seguir así un tiempito más y ver si en un par de años puedo despegar. Nunca se sabe. Por lo menos, zafé de la tormenta.

Ahí ambos chocan palmas.

Sin embargo, Marco sabe que para su amigo solo es el negocio lo que importa. Pero no lo juzga. Para su corta edad ya ha logrado mucho, así le moleste que se queje de algo que él mismo ha propiciado, fomentado y ayudado a desarrollar. Y eso porque intuye que muy pronto lo hará suyo. No le pide que sea altruista ni filántropo, pero sí le gustaría que no pensara solo en función de la masa que luego tiende a denostar. Lo conoce desde la adolescencia y sabe que siempre apuntó sus cañones hacia arriba, a la fama y al éxito. Y le reconoce haber sabido controlar la curva para que el proyectil jamás se vuelva boomerang, y haber aprendido a valerse de atributos desconocidos para Marco. Por eso, por momentos, se sorprende de que Dani aún lo mantenga en su círculo. Pero la respuesta es muy simple: no lo hace. Marco no está en ese lugar, no pertenece a ese lugar. Sabe que su amigo lo quiere o aprecia o lo que fuere, pero que él no está aceptado ni funciona en ese plano. Simplemente no encaja. Y eso es todo. Por eso no hay combate ni heridos.

––Tal vez te convendría alguna empresa paralela, digo, algo que no sea negocio, que te proporcione placer por el simple hecho de hacerlo. Como coleccionar estampillas, o latas de cerveza, o discos de vinilo ¿me entendés? Al fin todo es un eufemismo.

––Supongo que sí. Pero lo importante hoy es no perder el paso. A su tiempo ya a va a aparecer algo.

Mara se asoma a la terraza. Marco nota que ha engordado. Apenas. Va a tener que prestar atención a sus caderas, si es que le importa. Ha agregado tatuajes ––anillos negros–– a su brazo derecho y ya lo tiene cubierto casi en su totalidad. También ahora luce un piercing muy sexy sobre su ceja izquierda, y está más butch[1]que nunca.

––¿Arreglando el mundo? ––los besa.

––Más bien viendo cómo nos adaptamos.

––Sin morir en el intento ––agrega Daniel––. ¿Hoy cae alguien más?

––Mi hermana. Tengo dos planchas de contactos para ella. En pago me trae papel del bueno; quid pro quo. ––A Marco––: ¿te quedás a cenar, espero?

––Está hermoso acá arriba ––agrega Dani––, podemos pedir pizza ¿no?

––Bueno, sí, pero dejame aportar unas birras, al menos.

Daniel le señala el lavadero. Andá a ver le dice. Pero Marco ya sabe que ahí tiene una de esas heladeras de exposición, y que la mantiene repleta de latas de cerveza y gaseosa.

––Traete un par, Mara. ¿Sí?

Pero Mara se golpea el pliegue del codo, alza su puño y suelta su dedo mayor. Entonces Marco se levanta y va hacia ahí. ¿Preferencias? Cara de sapo, que significa Da lo mismo.

Él piensa igual.

 

 

Ahora las cuatro amigas caminan por Esmeralda hacia Avenida de Mayo. Leo va a tomar el subte A junto con Laura y Jazzy. Ella bajará en parque Rivadavia y sus amigas en Primera Junta. Sofía tomará el 7 hasta Agrelo y Boedo. Y así hasta que termine el año y egresen. Los días se han alargado y es una tarde hermosa. Paran en la plazoleta para disfrutar de un rato más antes del regreso. Compran helados en el puesto de la esquina. Recostadas en la reja causan la impresión de estar fijadas en el tiempo, que jamás envejecerán y serán eternamente bellas. Hay que reconocer que las cuatro son atractivas. Y que aún es muy temprano para pensar en el paso de los años. Laura, la más alta, es morena de piel y cabello, tiene ojos algo achinados, grandes y oscuros, es delgada, elegante, sus piernas son de un ébano pálido. Sofía es el germen de una devoradora de hombres, su cabello es negro y enrulado hasta sus hombros, lleva la frente al descubierto y tiene ojos y nariz casi bengalíes, indios. Jazzy, de cuna Jazmín, usa el pelo muy corto, se peina con raya al costado, también es trigueña y la más baja y pizpireta del cuarteto. Leo es la única castaña-clara-colorada-rulienta, el cabello le llega casi a media espalda, tiene ojos café (apenas cortado con una gota de leche) y las piernas de una escultura, que jamás rematará con tacos. Como aún están con sus atuendos escolares, más de uno se vuelve para mirarlas y fantasear. Consciente de eso, Sofi se ha enganchado la falda con el cinturón, acortándola en varios centímetros. Las otras le dicen qué puta y ella se pone en pose, con ambas manos en la cintura y una rodilla adelantada. Todas se ríen a carcajadas.

––Creo que no me voy a poner de novia hasta los cien años.

––Sale para dos ––agrega Leo.

Entonces Laura y Jazzy cruzan sus manos, y ya las cuatro han hecho una cruz, mano sobre mano, y se juramentan ¡100 años juntas y sin novios!

––Jazzy, no puedo creerme que cortita como sos vayas a seguir con danza clásica.

––Es que todavía no me llegó el estirón.

––Yo voy a ser la enfermera más puta de toda la ciudad ––profetiza Sofi.

Laura y Leo se guiñan un ojo, se dicen Socias, y chocan sus manos en el aire.

––Algo que deberíamos prometernos es no cortar nunca esta relación, pase lo que pase.

––¡Pacto de sangre! ––patea Leo.

Cada una de ellas escupe su palma derecha, y chocan las manos entre todas.

––Y ¿qué les pareció el profenuevo? Fachero, ¿no?

––Ay, Sofi, para vos mientras sea hombre o lo parezca cualquier bondi te deja ––dice Jazmín. Leo agrega:

––Un poco anciano para nosotras, ¿no, chicas?

––A mí me parece un tipo pintón ––dice Laura––, aunque muy flaco para mi gusto.

––Yole doy ––insiste Sofi.

––See… ––dicen las otras tres a coro.

––¿Y el viernes? ¿Eh? ¿Quién abre?

––Los chicos van a hacer otra corrida de jarra loca ––anuncia Sofía–– y, por supuesto, cuentan conmigo.

Jazzy hace un gesto afirmativo. Las otras dos se miran. Leo pregunta ¿Y después?

––¡Qué importa! ––dicen las primeras a coro––, a estos bobos los ponés bien en pedo y te lavan los pies con la lengua.

––No vamos a pasar otro viernes a los manotazos con los mismos de siempre ––dice Laura––, yo voto por hacer alguna otra.

––Por lo menos con estos estamos seguras de que más allá de unos besos no se van a zarpar ––agrega Jazzy.

––O alguna pajota ––tira Sofi.

––¿Y si alguna vez fuéramos al cine? A reírnos de todo, digo ––esa es Leo.

––La pastillita, abuela, no se olvide de la pastillita ––Jazzy a dúo con Sofía.

––Es que estas pijama parties porno soft ya aburren ––coincide Laura.

––Ok, ok. Pero planeemos algo, que se nos viene el fin de semana encima.

Leo dice:

––Por una vez podríamos improvisar, ¿no?

 

 

Marco ya lleva un mes al frente de la clase. Nota que el programa de estudios no va hacia ninguna parte, y que los chicos así lo sienten. También que, al no descubrir algo de interés en lo que les ponen por delante, se vuelcan con desdén al estudio por compromiso, esperando que esa hora pase rápida e indolora. En verdad, nada ha cambiado desde el primer día, solo que él ya no se sorprende. Ve a la primera fila, y hoy el papel de femme fatalele toca a Romina, que demasiado abierta de piernas y tirada hacia atrás deja que se lea en el interior de sus muslos, a una palabra por pierna, Toda Tuya, y una flecha que señala a su bombacha. El ya ni siquiera oculta una sonrisa. Acepta la derrota, y con su mirada le dice, Ya está, ¿dale? Romina, segura de su triunfo, se acomoda la pollera. Marco se pregunta si es que apuestan algo. Hoy debe hablarles sobre el drama griego, algo que lo aburre tanto como, supone, lo hará con sus alumnos. Entonces les reparte los apuntes y les dice Estúdienlos. Yo también tuve que hacerlo. Una forma sutil de decir Lo lamento, chicos.

––Me pregunto si alguno de ustedes lee por placer.

Nadie contesta, pero ahora el silencio es total. Marco no puede imaginarse si hay alguno que sí lo haga, y que tal vez por vergüenza no se atreva a confesarlo. Entonces les cuenta:

––Cuando yo era chico la televisión todavía no estaba tan enquistada y mi mamá me leía mucho. Pero no cuentos de hadas u ogros, brujos y hechiceras. Recuerdo que tenía un libro bastante chiquito que se llamaba Cuentos de Amor, de Locura y de Muerte, y que era de un escritor casi nuestro, un maestro charrúa, que llegó a apasionarme desde su sencillez y precisión… y violencia, sí. Y que, por supuesto, terminó con su vida allá por los años 30… volándose la cabeza ––alguno se atreve a una sonrisa, Marco piensa unos instantes––; o tomó arsénico… ahora me entró la duda... no importa, el caso es que mi mamá acostumbraba a leerme siempre algún relato antes de dormir, y yo siempre quería que fuesen de ese librito, y se lo hacía saber. Y ella me decía Mirá que se terminan y yo le contestaba Entonces repetimos. Podría decirles que fue el primer autor en apasionarme, y que gran parte de mi vocación se la debo a esos primeros cuentos en mi vida.

(Inaudible)

––¿Cómo? No, en serio, no tengan vergüenza. ¡Corchos!, ya son grandecitos che… vamos...

––Horacio Quiroga, dije.

Marco localiza la fuente de la voz, y reconoce que proviene de una chica que es todo cabello y que parece estar comiéndoselo, o, como mínimo, llenándose la boca con él.

––El almohadón de plumas, La gallina degollada ––dice la voz que brota del cabello.

Marco se envalentona.

––El sistema nervioso central del libro. Aunque las Cuatro Estaciones sea verdaderamente conmovedor.

––Una estación de amor ––corrige la cabellera, que ahora parece tragarse a la persona. Ella ha ido comprimiéndose, y él espera que, de un momento a otro, las puntas de sus pies asomen al frente de la fila.

––No tenés por qué esconderte. Todos tenemos nuestro rinconcito friki. De hecho les iba proponer a Quiroga en lugar de la Medea de Eurípides.

La mayoría asiente. Él sabe que un buen cuento de terror es un punto sabio de despegue. Y que si es breve, la chance de éxito es doble.

––Les copié un relato muy corto que se llama A la deriva.

Se da vuelta y toma una hoja del escritorio, impresa a doble faz.

––Es esto ––dice, mostrando ambas caras de la hoja––. ¿Creen que podrán hacerse un tiempo para leerlo? ¿En clase? Digamos… ¿ahora? ––Saca 4 hojas más de su mochila––; si forman grupitos de cuatro y cinco, con esto alcanza.

Los chicos se miran entre ellos y se oye un murmullo de asentimiento. Marco reparte las hojas. Por justo promedio, una le toca ala Tía Cosa.

––Supongo que lo habrás leído.

Ella hace con la cabeza un movimiento de vaivén horizontal. Parece que va a hundirse en las profundidades del banco. A Marco le provoca una sonrisa, pero no piensa decirle nada. Si ella está cómoda así, bien.

––Mejor. Te va a gustar.

Ahora los chicos, agrupados en tres montoncitos de cuatro y dos de cinco leen de las impresiones que Marco les ha pasado. Un murmullo lleno de inflexiones, cadencias y signos de exclamación se hace piso del ambiente. Marco los observa de uno en otro, desde su pose delante del escritorio,hasta que oye una expresión de asombro, y todo un grupo de chicos levanta sus cabezas y lo miran. Uno dice uau. Y luego otro ups. Y otros dos se superponen en un chau. Muchos sonríen con satisfacción. Marco piensa Bien, bien.

––Entonces, en palabras de ustedes, por favor, ¿que pueden decirme?

Sin anestesia dice uno.Un cachetazo dice otro por allá.Sintético y concreto dice una chica.Hace que el veneno de la culebra corra por vos, dice la pelambre con ojos.

Marco la señala. Tres veces asiente con su dedo índice en dirección a ella.

––La persona escondida detrás de toda esa pelambre acaba de decir con precisión micrométrica lo que debió pensar Quiroga al escribir este relato breve. Seguramente él buscó sentir eso, lo logró, y como lo plasmó con maestría, consigue que lo mismo ocurra con el lector.

––¿Fue un gran escritor? ––pregunta una chica desde la segunda fila––, yo es la primera vez en mi vida que lo escucho nombrar.

––Grande, bueno… ––toma aire–– genio; son palabras tan vacías como poco funcionales. Fue un tipo que, especialmente en cuento relato corto sobresalió, por eso que les dije antes que y ustedes mismos descubrieron al leer. Grande, hay monstruos que son una maravilla de la técnica y que no podés seguirlos por más de unas cuantas páginas, porque tenés que releer y releer por el simplísimo hecho de que no son capaces de mantenerte interesada, porque gastan todo su talento en pirotecnia y regodeo. Luego terminan siendo escritores para eruditos. Que se masturben entre ellos ––y ahora a todos––: benditos los que desde la puerta del castillo de los elegidos nos inyectan algo de vida. ¿Qué sé yo si este tipo fue grande o un genio o uno de esos intocables con los que todos se llenan la boca? En todo caso, es algo que me importa poco y nada.

Vuelve a tomar aire y nota que los ha interesado. También que se ha dejado llevar por la pasión, tal vez un poco de más. Él es así, deberá corregirse. Guarda un minuto de silencio y recorre toda el aula otra vez con su mirada. Nota que los cabellos han dejado paso a un rostro, y que los ojos, que ahora tienen un contexto más amable, lo observan con atención. Todavía permanece bastante recostada, pero él piensa en el gesto anterior. Y sonríe solo para sí.

––Les propongo que para la próxima me escriban una semblanza de esto con sus palabras, que me cuenten qué vieron, qué sintieron. No es una evaluación ––remarca––, es para que charlemos un rato y cotejemos ideas. Estoy más que interesado en escucharlos. Yo no los subestimo. Hasta la próxima. Y buen fin de semana.

 

 

Marco ha decidido visitar a sus padres. No solo quiere verlos. Quiere hacerlos parte de lo que él siente como un salto trascendental. Y, de paso, avisarles que ya les ha depositado la suma que ellos le habían facilitado, para que la cambien a dólares cuanto antes y la lleven a su caja de seguridad. Y que cuenten con él para la movida.

Al teléfono con su madre nota un tono extraño, esquivo en su voz. Ella le dice que es genial que se haya decido por pasar a visitarlos y él les dice que si no lo ha hecho antes es porque no ha tenido tiempo. Le pregunta por los últimos estudios que se ha hecho su padre y ella le dice que ya van a tener tiempo para charlar. Y que lo están esperando.

Ya en casa de ellos, tomando un té, su madre le cuenta que la biopsia ha dado positiva, que su esposo, padre de él, tiene cáncer de hígado.

––Pero me recago en dios, ¿por qué mierda no se hizo análisis antes?

––Porque no había ninguna razón, querido, estaba tan bien como lo vas a ver ahora.

Su padre está en la terraza, hace algún arreglo en la parrilla. Cuando Marco había tocado el timbre, él se había asomado por la baranda y le había dicho Pasá y aguantate a tu madre que un ratito bajo.

––¿Y él lo sabe?

––Por supuesto. No me permitiría jamás engañarlo sobre algo tan serio.

––Hacés bien. ¿Y?

––Después de unas puteadas a Dios y la Virgen se calmó, y después dijo que lo va a pasar por encima. Literalmente.

––¿Y el médico?

––El Vasco, vos lo conocés, el que siempre lo atendió. Casi son amigos, si es que se puede ser amigo de un médico.

––Sí, ok, pero ¿qué te dijo?

Su madre toma otro trago, lo mira, dice:

––Está muy avanzado. Tu padre se hizo estudios por algunos problemitas de digestión que lo venían molestando. No se puede cortar, la lista de trasplantes es larguísima… vamos a estirar lo que se pueda con quimio y rezar porque aparezca otro hígado.

––¿Y va a poder comer normal, seguir con su vida como hasta ahora?

––Por el momento sí. Más vale que no va a zamparse un kilo de masas… la munición pesada se va a venir…

Se frena en seco, su marido abre la puerta y pasa a la cocina. Se abraza con Marco. Marco intenta ser casual.

––Mirá que me tengo que conseguir un cáncer para que vengas, che. ¿Tu madre ya te hizo la novela?

––Me contó lo necesario… che, no se me ocurre ahora qué, pero queda descontado…

––Cháchara-cháchara-cháchara. No se hable más del asunto. Así que ya empezaste con el colegio ––el signo de pregunta se ahoga en su fuerza.

––Sí, pa. Y, con algo de viento en popa, también puede que salga lo del Liceo.

––¿Vas a enseñar inglés? ––su madre.

––Sí. Tuve que revalidar el título pero fue sencillo. En verdad me sirvió para refrescar un poco todo, aceitar la máquina.

––Viste cuando yo te decía…

––Sí, sí, pero el que adelantaba años en el verano era yo.

––Eso es cierto. Hasta que no te dejaron por tu edad; eras muy chico.

––Valió la pena.

––¿Y la casa? ––tercia su padre––, ya voy a ir yo a decirte cómo está. Vamos a revisar todo. Cableados y cañerías.

––Creo que está todo bien, papi. Yo no sé un pomo de electricidad, pero sobre la hidráulica ––remarca el término–– no hay nada de humedad, y las paredes están perfectas. No te olvides de que ya llevo ahí más de dos años.

––No me olvido. Pero vamos a revisar todo.

––Usted manda.

Es que Marco sabe que su padre necesita demostrarse que aún está a la altura, que aún es útil. Él no sabe si el cáncer va a ganar, pero sí que cuando su padre sienta que ya no puede ser lo que fue, ese va a ser el fin.

––Cuando quieran se vienen y comemos algo. Yo invito.

 

 

Leo y su padre están codo a codo, uno al lado del otro, y viendo a la televisión. Ella está muy callada. Tanto que Héctor rompe ese pacto tácito de no hacerse preguntas e inquiere si le pasa algo, o si ella tiene algo para compartir con él. Leo sonríe y le dice que no. Pero enseguida vuelve a ponerse pensativa. La luz catódica, fría, los ilumina. Devuelve el quiebre, sea, uno por uno.

––Papi, ¿alguna vez te enamoraste?

Héctor responde.

––Jamás. Sos generación espontánea.

Normalmente su hija le habría dado un codazo, sin embargo permanece seria, dentro de sí. A Héctor no le hace falta demasiada sagacidad para especular con la pregunta de ella. Dice:

––Supongo que cada uno siente algo diferente y demasiado propio al enamorarse, pero se me hace que es una sensación primera, pura, algo que puede llegar a confundir, y que tal vez por un tiempo ––a punto de decir largo se frena–– ni sepamos qué es.

Ahora Leo ha recogido sus piernas sobre el sillón y cruzado los brazos por sobre sus rodillas.Ahí hace descansar a su pera. Se ha puesto de frente a él, atenta.

––Y eso de mariposas en el estómago…

––Una soberana pelotudez. Poesía barata.

––Entonces sí estuviste enamorado.

––Por supuesto, bobita.

––¿Y por qué no la recuerdo?

––Porque nos dejó apenas salimos de la maternidad.

––¿Nunca la volviste a ver?

––Nunca.

––¿Y no te sentís solo?

––Por ahora no.

––¿Y cuando yo me vaya?

––Entonces veremos. Sé que no vas a estar conmigo eternamente. ––Como suele hacer con el ajedrez, toma las riendas con sus trebejos negros–– Así que te han flechado

Otra reacción lógica y esperable en Leo hubiera sido poner caras o hacer alguna escena payasesca, sin embargo gira su cabeza hacia él y le dice:

––No lo sé. Te juro que no lo sé. Es que no me gustan para nada determinadas palabras. Mucho menos sentir cosas que no me explico.

 

 

Marco se ha llevado a su casa los trabajos que han hecho los chicos. Les ha pedido que elijan a gusto un cuento de ese librito que les ha inculcado y compartido, y que hagan una escueta reseña sobre él. Incluso, quién así lo deseara, sobre aquel relato ya leído en clase. Es que les ha cedido su original para que cada uno escoja a su preferido y lo fotocopie. Solo ha puesto una condición: que entre ellos se pongan de acuerdo para no repetir una historia. Y la razón es que no quiere verse en la disyuntiva de tener que cotejar dos sinopsis.

Los chicos ya no escriben a mano, lo hacen en sus procesadores de texto y luego imprimen, pero él no los desalienta. Solo les advierte que ha leído que, con los años, la caligrafía se va perdiendo, entonces les aconseja que, de vez en cuando, tomen un pedazo de papel y garabateen algunas frases, por si la civilización capota y hay que volver a los tiempos pre informáticos.

––¿Nos estás diciendo que deberíamos repasar las tablas? Puaj.

––Por si se acaba el petróleo es conveniente saber pedalear ––responde él.

––Vamos a tener autos eléctricos ––dice otro.

––Y máquinas voladoras ––uno más, que acompaña su aseveración con onomatopeya y mímica.

––Lo que jamás extrañaría de la civilización son los relojes ––dice Leo.

Marco le dice Tenés un 10. La clase ríe.

Va repasando hoja por hoja por si se le ha traspapelado alguna. Sonríe. Muchas de las chicas que se mofaban de él ahora dibujan corazoncitos y flores. Se descubre buscando entre todos el de Leo. ¿Qué estoy haciendo? Vamos, loco, es una nena. Seguramente te debe ver viejo perimido, y su chico la debe esperar todos los días a la salida del colegio en su moto, con su campera de cuero, fumando un pucho… (Seguro: también con jopo en el pelo engominado; vamos, ¡estás describiendo a un estereotipo de James Dean!)

¿Viste que estoy viejo?

Es así que va leyendo uno por uno los trabajos, recostado en la cama y apoyado sobre la pared, almohada de por medio. Y se sorprende por la percepción aguda de algunos. Es que en sus años no era así. Difícil de explicar, pero estos chicos que viven para y por el ICQ o el MSN, que no agarran un libro ni para encender el fuego, se demuestran mucho más capaces que aquellos de su época. Bueno, nosotros ya teníamos los videojuegos. Y en eso no se equivoca. Pero lo enoja que la mayoría de estos chicos, tan despiertos por la simple razón de haber comenzado a subir la escalera desde donde la anterior generación abandonó, luego vayan a caer seducidos por quién sabe qué nuevo facilismo… sí, seguramente. Pero eso no es algo que a él deba concernirle. Ya tiene suficiente con enfrentarse día a día al espejo y sus cuestionamientos.

Considerando un siete como la base de eximición, y que hay trabajos más pobres que otros, pero que no por eso merecen un aplazo, piensa que el promedio de la clase va a ser de ocho, ocho y pico. Lungo. ¿Habrá comenzado muy blando? No lo cree. Sí es consciente de que los chicos se han ganado su simpatía, y le parece que es algo recíproco.

Se ha quedado reflexionando con una hoja en la mano. En su estima la ha puesto por encima de todas las otras. Una sin florcitas ni corazones, muy sintética, pero extremadamente sensible para él. Ella ha elegido dos partes de Una estación de amor. Luego ha firmado con un arabesco delicioso.

 

Otoño:

 

La chica no sabe lo que siente, sí que siente algo y que lo desconoce. Entonces lucha contra ese sentimiento hasta que sabe que no va a poder vencerlo. Y se entrega.

 

De haber contado con algún sinónimo para no repetirse tanto, sería perfecta.

 

Invierno:

 

Ahora es ella la que va hacia la fuente, pero la fuente es demasiado profunda. Sabe que el agua, que en la superficie está helada, en su corazón está caliente. Y quiere nadar ahí.

 

Lo sorprende la musicalidad de su métrica. Bienvenida. Está claro que no ha leído una sola línea. ¡Mucho mejor! Está fascinado. Fascinado y sorprendido, tomado por asalto. Quiere felicitarla, ponerle un diez. Repetir diez veces el mismo verso y justificarlo. Pero de inmediato pasa a sentirse timado, engañado por una cría de… ¿17? ¿Está jugando con él? Vamos…

Luego, repartiendo los trabajos:

––Muy ingenioso ––gesto de aplauso.

Ella, con ambas manos tomadas sobre el pupitre, le regala una sonrisa exagerada, payasesca, toda dientes, de oreja a oreja.

––¿Nunca pensaste en escribir?

Cuando se da cuenta de lo estúpida que es su pregunta y de que ya es parte de todo aquello irrescatable, redobla la apuesta y, con cara de condensador, se vuelve de yeso y soporta un gesto que imagino insostenible por más de... 10 segundos. Pero Leo no lo deja padecer esa eternidad.

––Eso es muy… etéreo. Yo vivo en el plano real. Me mueve un desafío cierto. Algo que muerda. De verdad.

Después y accediendo a su solicitud para que la acompañe a la biblioteca, en busca de literatura de interés.

––¿Vos sabés que está severamente prohibido socializar con alumnos fuera de clase? ––Mira en todas direcciones––. Por esto pueden llegar a echarme. O abrirme un legajo.

––Relax, profe, estamos en una biblioteca y buscando material para estudio.

––No son boludos. Pueden amonestarme. Suspenderme.

Ella lo mira, provoca, exige.

––¿Valdría la pena? ––mientras, toma libros, hace como que se los muestra, él no dice nada, luego los devuelve al estante––, ¿eh?

De pronto Marco siente que está dando pie a una chiquilinada. Entonces, cuando ella, que va sacando tomos uno por uno sin prestar atención, le muestra El Llano en Llamas, él dice ¡Ese, ese!y en voz alta y clara para que todos escuchen: Rulfo,lo mejor por lejos de la literatura mexicana, latina en general, materia obligada; leelo. Y, en paz con su consciencia, hace una media vuelta algo brusca, y se va casi corriendo.

Es tan ridículo que, tal vez por eso, Leo no se da por ofendida. Luego, con su amiga Laura:

––Leo ¿vos estás loca? Sabés que lo podés meter en un quilombo de aquellos ¿no?

––¿Por qué?

––Porque lo estás provocando y somos menores de edad.

––Me acompañó a la biblioteca. Lau, no seas arcaica.

––¿Y qué ganaste con eso?

––No sé. Me estoy probando.

––Vamos.

––Creeme. Posta.

––Estás loca.

––No lo creo. Pero tampoco lo niego.

Mientras tanto, Marco ha escrito y borrado diez veces el mismo pasaje en su ordenador. Lo escribe, ve palabra por palabra, quita una, agrega otra, relee, llena media hoja de gerundios insultantes, borra. Y así ha estado media tarde. Ahora vuelve a escribir. Cree que debe dejar algo por sentado, pero no sabe qué. El cursor titila a la espera de una letra, él escribe una palabra, luego hace un espacio. Pero son palabras al azar. Una detrás de la otra forman una oración, y esta oración una vez más no significa nada. Siente que otra vez le falta algo. Sí, vida. Música. Eso que ella hizo, por repetición. Piensa que debería escribir como ella, sin ataduras, sin prejuicios, mandando todo a la mierda. ¿Para qué romperse los cuernos en el equilibrio de una frase, en el canto de un párrafo, ¡en usar las reglas tal y como manda la ley!? ¿Para que un fracasado que jamás sudó una gota te venga con la monserga de la lapicerita roja? Mi Dios...Tal vez debió estudiar mecánica. O ingeniería. Cierra el programa sin salvar el texto.

Por los siguientes veinte días Leo ni lo mira ni le habla. A veces él le pregunta alguna bobería y ella le responde con una corrección y frialdad que solo ellos perciben. Marco sabe que se acerca el receso de invierno y que, por esos días, no va a verla. Siente que va a respirar aliviado, pero algo dentro de sí lo contradice. Es tan irónico, piensa: el año siguiente ella ya será mayor y él la habrá perdido para siempre. Debería volver a invitar a su ph a Luciana, vieja amiga de camas, para que lo saque de sus miserias por unos días. Sí, eso es lo que va a hacer. Pero no va a esperar a las vacaciones de invierno, lo va a hacer ya. Y ya vas a ver.

Ahora Luciana está fumando un pucho, cubierta por una frazada. Marco mira al techo. Su gesto es inescrutable.

––No te tires tierra al pedo. Esto les pasa a todos y no es para matarse.

––Demasiado estrés ––justifica en automático.

––Sí.

Es que ya sabe que no tiene escapatoria. Siente que tiene que ver a su alumna impertinente, o padecer las consecuencias de no hacerlo. ¿Enfrentarse a ella y aceptar lo que eso implique? ¿Querrá ella hablar con él? ¿Seguirá jugando? ¿O es que lo desprecia?

Por días estudia sus movimientos. Hacia dónde sale, qué colectivo toma, ¿dónde baja? Un viernes sube a su subte y la sigue hasta su estación. Ni ella ni sus dos amigas parecen haberse dado cuenta. Ya es un perfecto stalker.[2]

Luego la sigue por Campichuelo hasta que ella entra en un edificio. No sabe qué hará luego, pero copia sus movimientos hasta la puerta.

––Hola, profe.

Marco se queda petrificado. Ella está apoyada sobre un hombro a un costado, en el acceso, inclinada sobre la pared y con su mochila colgando de las manos, tomadas delante de su cintura. Es una imagen casi Hentai. Le faltan las dos trenzas. Él… él es el retrato del perfecto idiota.

––Ey ––dice al borde del abismo–– ¿esperás a alguien? Tengo un amigo acá… en el… 11 B ––tartamudea.

Ella, sin que se le mueva un pelo:

––No. De hecho, es la primera vez en mi vida que piso esta entrada.

Touché. Jaque mate. Poker. Escalera. Hundido.

Entonces él espera por que la tierra se abra y lo trague.

Pero, y todos lo sabemos, eso no va a ocurrir, porque ahí está ella para impedirlo.

Personalmente, imagino para los dos un futuro más que promisorio.

 

 

 

 

 

 

 

Última nota, necesaria

 

La fantástica partida de ajedrez entre Marco y Héctor es una copia de esa ya mítica 5ª entre Kasparov y la computadora Deep Blue, donde el maestro, con negras y defensa siciliana, gana. Ocurrió un 15 de febrero de 1996.

Todos los movimientos los tomé de Wikipedia, enciclopedia libre, y los fui chequeando con Chez Emulator® para corroborar su veracidad.



[1]Aunque así se autodenominan ciertas lesbianas feroces, Mara es omnívora.

[2]Acosador. El término suele usarse bajo su acepción sajona.

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