Reparación - Final - La Reparación

 

El tren abandonaba el casco urbano, dejando atrás el amanecer de Abel de cara al mar, su regreso al departamento entrada la mañana y la sorpresa semidormida de Pablo mientras lo veía quemar una por una todas las notas y el sobre.

Inesperadamente había decidido negarle la verdad a su amigo, inventando vagas e inconexas explicaciones sobre su desaparición por más de un día entero; historias dignas de ser guionadas para un film comercial.

Luego un emotivo reencuentro telefónico con Celina, y un almuerzo final, de despedida.

La próxima vez que vengas avisame así me voy a Nigeria.

Ahora el paisaje, en un postrero esfuerzo de contrastes, está intentando en vano atrapar, una vez más, su atención.

Pero esta vez no hay ritmo alguno en sus auriculares, tampoco un acontecimiento determinante que someta a sus pensamientos. No bien se hubo acomodado en su asiento y ante la mirada algo sorprendida de alguno que le prestaba su atención, sacó del bolsillo de su campera el mini grabador y, con la mirada fija en un punto más allá del cristal, fue dejando fluir sus pensamientos en una sencilla y tranquila corriente de catarsis, borrando esas tomas que consideraba vanas ––editando en vivo–– al mismo tiempo que el traqueteo de ruedas y rieles buscaba, en una forma algo más feliz que la vez anterior, cuando la dirección había sido la contraria, armonizar su ritmo matemático y occidental con aquel silábico y casi hindú de sus palabras.

Esa misma conjunción de eventos hizo que no notara que las luces habían cambiado y que el tren ya se deslizaba por la oscuridad.

Stop.

Rew.

Mira a través de su ventanilla pero no puede distinguir nada.

Otra noche sin luna se dice al tiempo que saca los auriculares y los conecta al mini grabador.

Play.

En un principio piensa que ha estado hablando a la nada. La cinta corriendo no le transmite otro sonido que el de su entorno.

Stop.

Tan solo una décima de segundo antes un gemido muy claro le había llamado la atención.

Rebobina unos segundos para repasar ese segmento, convencido de que solo fue un truco de su mente, o algún ruido externo.

Los pocos pasajeros ya duermen.

Play.

Espera unos instantes pensando en que ha retrocedido demasiado.

Pero nada.

Rew.

Pone otra vez la cinta en punta y dispara tratando de escuchar con atención cada pulgada reproducida. A máximo volumen escucha una voz que le parece la suya, pero es casi inaudible. De pronto, con asombrosa claridad y volumen, oye un sonido que se parece a la risa de alguien viejo, muy viejo, pero solo lo presume.

Pause.

Lo ha invadido el terror.

Un sudor frío lo ha cubierto y vuelve a sentir nauseas y mareo tal como tantas otras veces en su demencial fin de semana.

Entonces busca serenarse apoyado en su razón. Ya ha vencido ataques de pánico en su adolescencia, y su sistema de defensa debería ser ahora infalible.

Mira en derredor y el exterior del coche permanece encerrado en la más espesa de las negruras, mientras que las lamparitas de noche convierten al pasaje en espectros.

Respira profundo. Un elefante, dos elefantes, tres…

Luego de unos instantes dedicados a confirmar si está realmente despierto traga saliva, aprieta los dientes y quita la pausa en el grabador.

Nada.

En verdad, percibe una sumatoria casi infinita de sonidos de todo tipo y tonalidad, pero se niega a dar crédito de sus oídos, simplemente porque lo que escucha es imposible, menos aún viniendo de un sistema que no fue concebido para ese tipo de reproducción… salvo que… mira a la cinta y, efectivamente, se encuentra detenida.

Ahora comprende, aunque sigue sin entender.

Play (otra vez).

Pero la cinta se niega a avanzar.

Entonces levanta una vez más su cabeza en busca de una explicación terrena y descubre que todas las personas que ocupan el coche están despiertas y lo observan, y que a todas esas personas él las conoce, ya que allá están sus padres, más cerca ve a su mujer (¿y el bebé?, ¿dónde está el bebé?), también hay algunos amigos desperdigados y otros a los que reconoce pero no recuerda quiénes son; y es que está dormido y fue engañado. Engañado por su empecinamiento en buscar explicaciones racionales a todo, cuando la lógica son solo chinches, alambres y pegotes que nos ayudan a entretenernos y sobrellevar todos esos misterios que no pueden ni deben ser explicados.

Es ahí que nota una presencia a su lado. No se atreve a mirar, pero sabe bien quién es.

––¿Encontraste tu marca?

Su voz es la de hace tantos años, y su tono es el mismo que lo arrobó en su infancia. Solo que ahora tiene carácter ubicuo.

––Una Reparación solo es posible despojándose por completo y permitiéndose ser recipiente y transmisor; podés llamarlo herramienta, pero será una herramienta de aquello que lo es todo, con voluntad propia y con libertad para crear sin emulación ni reglas que maten antes de que algo nazca, que cercenen lo vivo de cuajo.

Luego añade:

––Estás a tiempo.

Ahora hace una pausa en la que Abel cree escuchar un suspiro

––La marca es parte de vos, sos vos y yo, somos todo.

Aún sin voltear a verla, Abel se atreve a decir

––¿Entonces esto fue obra tuya? ¿Por mi?

De inmediato se da cuenta de que no ha despegado sus labios.

Ella se ríe. Pero en su risa no hay emociones. Es la misma de siempre, la de aquellos años, sus primeros años. Pero no se atreve a verla.

––Podría decirte que fue mi tesis de graduación, pero te estaría mintiendo. Es algo que ocurre a muchos y con frecuencia... o solo una vez... ––parece dudar––, aunque la mayoría ni siquiera lo nota y pierde su gran oportunidad.

––¿Oportunidad de qué?

––De estar vivo. O de salvarse. Eso depende. Es muy difícil de explicar. Tampoco sé si es algo intencional o simple azar ––ahora su habla es casual, casi de mesa de bar.

Abel intenta mantenerse bajo control. Se dice que sabe lo que es un sueño, y que los ha tenido de todos los colores.

––Un sueño no es otra cosa que un vistazo al otro lado ––dice ella––; ¿por qué no escuchás la cinta? Tengo que irme.

Abel siente que algo se posa sobre su mano, también un beso. El verdadero beso de un fantasma.

––¿Vamos a volver a vernos?––dice sin hablar.

––En algún sueño, tal vez. No lo sé.

Y ya está vacío. Vacío y solo.

Sabe que otro vuelco de información exclusiva está por dominarlo, y teme por lo que pueda ser esta vez. Por eso intenta por todos sus medios despertarse, pero no lo consigue.

Necesita de ayuda, y en el mundo real todos están dormidos.

Entonces el mini-casete comienza a correr, y ahora él escucha aquello que se reproduce con suma atención.

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