Reparación - Algo de Estática

 

A la suma de todos los sonidos en ambos ejes del espectro se la llama ruido blanco. Si aplicamos síntesis sustractiva ––sea, vamos amputando frecuencias–– comienzan a individualizarse sonidos, desde los más ricos en armónicos hasta llegar a la voz pura. Para eso necesitamos de un generador y un amplificador; luego estos, al ser eléctricos, tendrán su carga estática propia, que es el sonido del silencio. Al quitarlo solo quedará la voz de Dios y la de todos sus muertos. Pero no se preocupen. Dios no habla. Jamás.

Ni yo filosofo. Nunca.

Es un buen momento para hacer un alto, un descanso breve, necesario. Desafortunadamente, cuando hay tantas fuerzas enfrentadas se hace muy difícil. Eso es lo que ocurre con el libre albedrío. Ya sé, conozco la pregunta y me apresuro a responderla; existe (bajo ciertas condiciones: a la presión de una atmósfera y a nivel del mar). Por supuesto que estoy bromeando, es algo que desconozco, y de saberlo de buena fuente tampoco alteraría mi condición de ignorante. Solo ocurre que las situaciones siempre inclinan la balanza haciendo que elegir sea  una ilusión, nada más.

Valga la nota de color: si hacemos descender una corriente de agua desde lo alto de una montaña va a tomar el camino más directo que encuentre. ¿El único? No lo sé, sí que las variables pueden ser mínimas, debidas a accidentes inesperados en el terreno, y si el desvío en el cauce es notorio... bueno... será rebeldía, disconformidad, ruptura.

Esta reflexión, y a cuento de nuestra tragicomedia, me lleva confesar que, si bien algún eventual toque de mi parte tal vez podría servir para encauzar la corriente o reparar alguna herida impensada, estoy en constante aprendizaje, mayormente como observador y oyente.

A colación:

––¿Por qué soy el malo de la película?

––No es así; si te mantenés a distancia prudente de los juicios.

La pregunta es del primero que ha dado un paso al frente, trayendo consigo algo de esa niebla tan espesa que parece una miríada de telarañas, y que es la tierra entre los sueños y la vigilia.

––Lo que no entiendo es por qué, aunque haga todo lo correcto, siempre termino siendo el paria. Me molesta mucho.

––Creí que era el color de tu elección. No tengo nada que ver con eso, lo sabés.

––Así comience la tarea con buen pie, haciendo hasta lo innecesario…

––Y qué te hace pensar qué es necesario o no ––lo digo casi en tono de pregunta.

Piensa unos segundos, luego parece reordenarse,

––También está todo eso que no siento. Puedo sacrificarme… pero en un momento de descuido todo se cae por la borda.

––Entonces será el tiempo de no hacerlo más, y que salga pato o gallareta ––y me río, pero sin estridencias, sin abrir la boca.

Me mira y su gesto no es de enojo, más bien de perplejidad. Ha inclinado la cabeza hacia uno de sus lados y parece estar procesando información. Espero que sepa que lo respeto.

Ahora ella interviene,

––Me cuesta creer que yo misma esté castigándome por algo que nunca hice, quiero decir, ¿por qué habría de autoinfligirme tantas culpas si en el fondo lo que hice fue seguir ese camino al mismo tiempo que se trazaba?

Su carácter ha pasado al frente, mientras el otro ahora ocupa un segundo plano, aunque visible.

––Nunca deberías excederte con tu suerte ––le digo.

––Pero si es una palabra que no figura en mi diccionario.

Ya dije que si bien mi posición es privilegiada, no soy de intervenir demasiado. Un toquecito acá, alguna pincelada, muy poco maquillaje; lo mínimo para convenir con la historia, con lo que me pide, con eso que me dice. Y alguna broma, eso sí, seguro. Inevitable. Si no, sería imposible.

Ella insiste,

––Sí soy culpable de algo ya lo pagué y con creces.

––...

De inmediato noto que mi silencio no es excusa. Porque lo que puedan llegar a conseguir ya no está en mi terreno.

Ahora un tercer carácter se incorpora, y los otros dos salen de foco.

––¿Por qué debo desconocer eso que es de vital importancia para mí?

––Tal vez debas incorporar al azar en todo esto ––arriesgo.

––Yo creo solo en ángeles y demonios.

No es muy inteligente, pero sí sagaz. Su mala fortuna está ligada a su estrella, y su estrella a una maldición de años que ni yo conozco y que deberá soportar hasta el fin; es una de esas leyes que jamás voy a entender pero estoy obligado a respetar. Y es que así es su destino. Siempre ser agradable, siempre caer bien, con una daga atravesándole el corazón. Es incapaz de alterar su curso sin dejar víctimas y soportar las consecuencias.

––Dejá por una vez que el vino tome aire, que respire, como dicen. Tal vez no sea así, estás siendo demasiado tridimensional; tal vez es solo otro paso. Ni te imaginás…

El primero de nuestros fantasmas me interrumpe, ha procesado su data,

––Pienso en hoy y ahora, no en su pertenencia.

––Eso es romanticismo, vas midiendo con conceptos apolillados. Así siempre vas a estar en desventaja. Y meando afuera ‘el tarro.

––Lo corrupto se lleva todas las luces, ¿no?

––Por lo general sí, si tiene carisma, algún encanto. No hago un juicio de valores, pero sabés que así es como cae en el descuido cualquier virtud o talento. Lo que seduce es lo que cuenta.

Tercia ella,

––Lo que para unos es carisma o encanto para otros puede ser una imagen despreciable, o atroz. O la nada misma.

Trato de alejarla un poco de su cámara de tortura, me apena que se lastime,

––Estás en una realidad de tu elección.

––Sí... no entiendo...

Ahora hacen silencio. Los tres. Siento están viendo al tablero, evaluando la situación.

No, yo no juego. Jamás. No me está permitido. Solo alguna que otra broma.

––Hay veces en que tomar distancia sirve, ayuda a la comprensión ––les digo.

Ahora los tres son siluetas borrosas, alejadas, por eso no sé quién dice

––Yo quiero que mis recuerdos se empiecen a construir desde mañana.

Dudo un instante.

––¿Qué hay del comienzo? ¿De cuando eras tan joven?

––La sangre se espesa o aliviana pero el cuerpo se deteriora. Agradezco no tener tantas memorias de ese tiempo. Aunque me reconozco selectivo.

Ah, ya sé quién es la voz cantante.

––Luego todos los fantasmas están muertos y enterrados ––arriesgo. Pero de inmediato me arrepiento, no quiero ser duro. Debo estar volviéndome viejo.

Me mira y veo en sus ojos una tristeza indescriptible.

––Eso quisiera. Pero sé que van a acompañarme por todo el camino.

Ahora sí hago silencio; un silencio respetuoso. Sobre lo inevitable yo no puedo hacer nada.

Entonces es el momento de salir, así que giro la perilla del oscilador y, uno a uno, todos los armónicos vuelven a superponerse hasta componer un sonido ácrido, corrosivo; un rechinar que asemeja en demasía al quejido de un teléfono eléctrico.

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